A veces, en medio del absurdo circo de la vida, dejamos de
ver y de oír. Cerramos los ojos, ponemos las manos haciendo presión en los
oídos para taparlos bien. Eliminamos el negro y el blanco y nos recostamos en
el horrible, pero cómodo gris.
Esto nos pasa algunas veces a todos, tampoco nos hagamos
weyes. El problema es que hay otros que se estacionan ahí. Son la mayoría, debo
admitir. Se convierten en el gris, lo defienden. Y así pasan las vidas de los
muertos, que respiran, pero no existen; que duermen, pero no sueñan; que
memorizan, pero no piensan; que repiten, pero no reflexionan; que caminan, pero
no se mueven.
A estos últimos son a los que más les temo. Son como Zombies
que se alimentan de más cuerpos. No soportan ver a alguien que no es como
ellos. Quieren que tomes el trabajo que no te gusta, están dispuestos a pagarte
más por ello. Quieren que te cases con la que no te hará feliz, empeñarán mucha
saliva en convencerte que la que imaginas no existe, que es mejor conformarse.
Harán todo porque te olvides de cambiar al mundo, incluso si es necesario
ofenderte para ello, lo harán sin pensarlo. Es normal, los entiendo. Si no lo
hacen, morirán y ellos juran que quieren seguir viviendo. No se han dado cuenta
que llevan ya mucho tiempo sin vida.
Escribo esto por necesidad. Hoy me sucedió algo que me dejó
golpeado. Es algo que pudiera parecer común, pero por alguna razón, yo no he
podido dejar de pensarlo.
La historia comienza así: Tenía una cita a las 4 pm con un
cliente. No era una cita trascendente, de hecho era de esas reuniones que
perfectamente se hubieran podido resolver con una llamada, pero yo disfruto
mucho ser un buen pretexto para que gente abandone su oficina un rato y se tome
un café. Así que ahí estábamos, en ese lugar que dije que iba a tratar de
frecuentar menos, pero que no lo he hecho en lo más mínimo. Starbucks, creo que
se llama. Ajustamos algunas cosas de trabajo, platicamos de proyectos y
sorbimos de nuestros vasos. Después, él se retiró y yo decidí permanecer un
poco más en el lugar para escribir algunas ideas que me habían venido a la
mente y que luego si no las escribo, desaparecen. Y ahí estaba cuando escuché
mi nombre. La verdad no le puse tanta atención. He aprendido que con un nombre
común como el mío es mejor no voltear a la primera para no verme tan wey. Después
escuché un “Hermosillo” y ahí sí confirmé que era para mi. Así que miré al que
me llamaba y reconocí a un viejo amigo. No fue fácil, tenía 8 años que no lo
veía ni sabía nada de él. Creo que es su culpa por no tener Facebook, pero esa
es otra historia. Lo vi, lo saludé con mucho gusto y lo siguiente fue decir una
verdad. Estúpida, si quieren, pero es muy verdad. “Siempre que escucho a Tool
me acuerdo de ti. ¿Te siguen gustando?” le dije. La neta a mi ni me gustan esos
vatos, pero cuando los escucho en el radio o que alguien los menciona me
acuerdo de él. Su respuesta era la antesala de lo que sería una desastrosa
conversación. “No, ya no me gustan. Además ya no tengo tiempo de escuchar
música.” ¿Qué?, pensé. ¿Ya no tienes tiempo de escuchar música? ¿Y entonces en
qué usas tu tiempo? ¿Eres un pinche monje o qué puede ser tan importante como
para quitarte tu tiempo de escuchar música? Sobre todo tu, que hace 10 años
eras el mejor con la batería-mesabanco. Ya saben, tomaba dos lápices como
batacas y golpeaba la paleta del mesabanco con un ritmo que ya quisieran tener
muchos rockeros. “Sí, ahora trabajo en la empresa de mi suegro. Estamos
facturando más de 10 millones de dólares al año, así que no puedo perder mucho
tiempo.” Madres, pensaba. ¿Quién es este cabrón y qué hizo con el de hace 10
años? Él fue mi inspiración mucho tiempo. Tenía un talento que yo nunca había
visto antes. Todo, lo que fuera, lo sabía hacer más divertido. Recuerdo una vez
que nos dejaron llevar a clase una lámina de José María Morelos (Para todos los
de esta nueva generación que estén leyendo esto, una lámina era una hoja de
papel con imágenes por un lado y texto por el otro. Contenía información básica
sobre un tema específico y costaba como 1 peso. Sí, algo así como Wikipedia,
pero más chingón.). Total, al empezar el día me dijo mi amigo que él había
olvidado ir por la lámina. “La voy a hacer yo, mejor” me dijo. Yo quería ver
eso. La siguiente escena que recuerdo es a la maestra mandándolo a dirección.
Yo dije, chale, qué tan malo pudo haber sido hacer una lámina por su propia
cuenta en vez de comprarla en la papelería, pero ese no era el problema.
Regresó de dirección y me enseñó la lámina que había hecho. Por un lado tenía
unos dibujos excepcionales de Morelos, coloridas y mucho mejores que las
culeradas que luego ponían en esas láminas. La única diferencia era que en la
esquina de abajo había puesto una imagen de Morelos tomando el sol en la playa.
En el pie de foto decía: “Morelos tomando el sol en alguna playa de México”. Lo
mejor fue que además, en el texto de atrás, había inventado toda una historia
de un viaje de Morelos a la playa. Cuando le pregunté por qué lo había hecho,
me dijo que ya no sabía con qué llenarla. “Además, me gustó la idea de imaginar
que Morelos también iba a la playa y se acostaba a no hacer nada.” Me pareció
grandioso lo que me estaba diciendo. ¿Qué carajos tiene de malo que uno de
nuestros héroes nacionales haya ido a la playa a tirar la hueva? O qué,
¿Morelos nunca había ido al mar? Total, lo medio regañaron y listo.
Y mientras este tipo de recuerdos circulaban por mi mente, la
charla seguía. “¿Y cómo has estado?” le pregunté. “Bien, estoy encargado del
área de Recursos Humanos de la empresa” me dijo. “Manejo más de 150 empleados.
Y una nómina de 16 millones al año.”. O sea, no respondió mi pregunta. “¿Y cómo
empezó todo?” le pregunté. Yo más bien refiriéndome al momento en que dejó de
hablar de sus ideas y empezó a contestar cada puta pregunta con un número.
Presiento que el interpretó mi pregunta como un halago, porque su respuesta
reflejaba orgullo. “Mi suegro un día en la cena me preguntó: ¿Cuándo vas a
dejar de hacerte pendejo y vas a empezar a ser productivo? Yo le contesté que
estaba listo para dar ese paso, él me ofreció trabajo en su empresa y desde ahí
he crecido junto con él.”. Fue entonces cuando identifiqué al que se lo había
llevado, al que se lo había comido, al que lo sumó a la legión de zombies.
Me dijo muchas muchas cosas más. Me preguntó cuánto valía mi
coche, me presumió el de él. Me dijo que escuchó que me estaba yendo bien. Le
contesté que a qué se refería. Me dijo que sí, que había escuchado que había
empezado varios negocios y que iban bien. Le dije que sí, pero que entonces a
los que les estaba yendo bien era a los negocios y que eso no significaba que a
mi también me fuera bien. Pienso que interpretó mi respuesta pensando entonces
en que mi vida iba mal. “¿Te falta algo?” me preguntó y yo solo respondí que
muchas cosas, pero que no me refería a eso, que yo era bastante feliz y no
quise seguir con esa discusión.
Sus ojos estaban apagados, se los juro. Estoy segur que
incluso cambiaron de color. Cuando más morros, los tenía de un azul como claro,
que dejaba entrar mucha luz. Hoy se los vi casi negros. Todos sus movimientos,
palabras y talentos habían cambiado. Hubiera preferido no volverlo a ver y
quedarme con la idea de que mi viejo amigo estaba en algún lugar del mundo
haciendo cosas extraordinarias sin tener mucha idea del precio que les tenía
que poner, simplemente haciéndolas por eso que llaman pasión.
Así que hoy, después de este día que cambió mi vida, quiero
que este escrito sirva para hacerles una petición. Que esto sea como esas
placas que algunos perros traen en el cuello donde dice: “Si me extravío,
llévenme a la siguiente dirección”. Así mismo yo les ruego, por favor, si un
día ven que me están convirtiendo, rescátenme. Si ven que mis ojos ya no abren
plenamente y, por el contrario, están entrecerrados, como calculando la
situación todo el tiempo; si escuchan que mi boca se está llenando de números y
dejando de hablar de pasiones; si perciben que mi lucha dejó de tener como
objetivo la sonrisa de mi gente y ahora se enfoca en metas monetarias; si notan
que ya no sueño con cambiar mi país y por el contrario digo cosas como “Pero ya
sabes, así es México y no hay nada que hacer”… entonces es tiempo de que me
ayuden.
Les doy el antídoto secreto para volver, no tiene fallas. Invítenme
un café, primero. No les voy a decir que no, nunca. La idea de un café siempre
me entusiasma y mientras lo estoy bebiendo, mis pensamientos son más claros.
Así que llévenme por uno y denme un poco de tiempo. No esperen a que me lo
termine, porque no lo voy a hacer. Nunca me termino los cafés, no importa del
tamaño que sean. Así que empiecen en cuanto le de los primeros tragos. Háblenme
de los ojos con los que me ve mi madre cada que me despide. Recuérdenme a mi
padre y las veces que con palabras y acciones me ha enseñado que una condición
indispensable para la felicidad es la honestidad, pues sin ella no hay nada.
Díganme el nombre de mis amigos, esos que se sienten más orgullosos de mi cuando
me ven cagándome de risa, que cuando les hablo de un nuevo logro laboral, pero
sobre todo, recuérdenme este escrito. Cuéntenme esta historia y díganme que la
decepción que hoy sentí al ver a mi viejo amigo bajo los dominios del maldito
dinero, también la están sintiendo por mi. Tráiganme de vuelta, háblenme de la
estrategia de esos Zombies de mierda que seguramente me atraparon con su mejor
arma, la ambición, pero que también son fáciles de derrotar siempre y cuando me
hagan una pregunta que me va a dejar retumbando: “¿Y el amor, Alex? ¿Dónde
quedó el amor?”
De las mejores reflexiones que he leído últimamente
ResponderEliminarEl problema de la sociedad, es que a veces hay que actuar como estúpidos para poder encajar en ella. Y lo peor que se vuelve rutina...
ResponderEliminarMe has dejado pensando...