miércoles, 19 de marzo de 2014

Por si atacan los Zombies.

A veces, en medio del absurdo circo de la vida, dejamos de ver y de oír. Cerramos los ojos, ponemos las manos haciendo presión en los oídos para taparlos bien. Eliminamos el negro y el blanco y nos recostamos en el horrible, pero cómodo gris.

Esto nos pasa algunas veces a todos, tampoco nos hagamos weyes. El problema es que hay otros que se estacionan ahí. Son la mayoría, debo admitir. Se convierten en el gris, lo defienden. Y así pasan las vidas de los muertos, que respiran, pero no existen; que duermen, pero no sueñan; que memorizan, pero no piensan; que repiten, pero no reflexionan; que caminan, pero no se mueven.

A estos últimos son a los que más les temo. Son como Zombies que se alimentan de más cuerpos. No soportan ver a alguien que no es como ellos. Quieren que tomes el trabajo que no te gusta, están dispuestos a pagarte más por ello. Quieren que te cases con la que no te hará feliz, empeñarán mucha saliva en convencerte que la que imaginas no existe, que es mejor conformarse. Harán todo porque te olvides de cambiar al mundo, incluso si es necesario ofenderte para ello, lo harán sin pensarlo. Es normal, los entiendo. Si no lo hacen, morirán y ellos juran que quieren seguir viviendo. No se han dado cuenta que llevan ya mucho tiempo sin vida.



Escribo esto por necesidad. Hoy me sucedió algo que me dejó golpeado. Es algo que pudiera parecer común, pero por alguna razón, yo no he podido dejar de pensarlo.

La historia comienza así: Tenía una cita a las 4 pm con un cliente. No era una cita trascendente, de hecho era de esas reuniones que perfectamente se hubieran podido resolver con una llamada, pero yo disfruto mucho ser un buen pretexto para que gente abandone su oficina un rato y se tome un café. Así que ahí estábamos, en ese lugar que dije que iba a tratar de frecuentar menos, pero que no lo he hecho en lo más mínimo. Starbucks, creo que se llama. Ajustamos algunas cosas de trabajo, platicamos de proyectos y sorbimos de nuestros vasos. Después, él se retiró y yo decidí permanecer un poco más en el lugar para escribir algunas ideas que me habían venido a la mente y que luego si no las escribo, desaparecen. Y ahí estaba cuando escuché mi nombre. La verdad no le puse tanta atención. He aprendido que con un nombre común como el mío es mejor no voltear a la primera para no verme tan wey. Después escuché un “Hermosillo” y ahí sí confirmé que era para mi. Así que miré al que me llamaba y reconocí a un viejo amigo. No fue fácil, tenía 8 años que no lo veía ni sabía nada de él. Creo que es su culpa por no tener Facebook, pero esa es otra historia. Lo vi, lo saludé con mucho gusto y lo siguiente fue decir una verdad. Estúpida, si quieren, pero es muy verdad. “Siempre que escucho a Tool me acuerdo de ti. ¿Te siguen gustando?” le dije. La neta a mi ni me gustan esos vatos, pero cuando los escucho en el radio o que alguien los menciona me acuerdo de él. Su respuesta era la antesala de lo que sería una desastrosa conversación. “No, ya no me gustan. Además ya no tengo tiempo de escuchar música.” ¿Qué?, pensé. ¿Ya no tienes tiempo de escuchar música? ¿Y entonces en qué usas tu tiempo? ¿Eres un pinche monje o qué puede ser tan importante como para quitarte tu tiempo de escuchar música? Sobre todo tu, que hace 10 años eras el mejor con la batería-mesabanco. Ya saben, tomaba dos lápices como batacas y golpeaba la paleta del mesabanco con un ritmo que ya quisieran tener muchos rockeros. “Sí, ahora trabajo en la empresa de mi suegro. Estamos facturando más de 10 millones de dólares al año, así que no puedo perder mucho tiempo.” Madres, pensaba. ¿Quién es este cabrón y qué hizo con el de hace 10 años? Él fue mi inspiración mucho tiempo. Tenía un talento que yo nunca había visto antes. Todo, lo que fuera, lo sabía hacer más divertido. Recuerdo una vez que nos dejaron llevar a clase una lámina de José María Morelos (Para todos los de esta nueva generación que estén leyendo esto, una lámina era una hoja de papel con imágenes por un lado y texto por el otro. Contenía información básica sobre un tema específico y costaba como 1 peso. Sí, algo así como Wikipedia, pero más chingón.). Total, al empezar el día me dijo mi amigo que él había olvidado ir por la lámina. “La voy a hacer yo, mejor” me dijo. Yo quería ver eso. La siguiente escena que recuerdo es a la maestra mandándolo a dirección. Yo dije, chale, qué tan malo pudo haber sido hacer una lámina por su propia cuenta en vez de comprarla en la papelería, pero ese no era el problema. Regresó de dirección y me enseñó la lámina que había hecho. Por un lado tenía unos dibujos excepcionales de Morelos, coloridas y mucho mejores que las culeradas que luego ponían en esas láminas. La única diferencia era que en la esquina de abajo había puesto una imagen de Morelos tomando el sol en la playa. En el pie de foto decía: “Morelos tomando el sol en alguna playa de México”. Lo mejor fue que además, en el texto de atrás, había inventado toda una historia de un viaje de Morelos a la playa. Cuando le pregunté por qué lo había hecho, me dijo que ya no sabía con qué llenarla. “Además, me gustó la idea de imaginar que Morelos también iba a la playa y se acostaba a no hacer nada.” Me pareció grandioso lo que me estaba diciendo. ¿Qué carajos tiene de malo que uno de nuestros héroes nacionales haya ido a la playa a tirar la hueva? O qué, ¿Morelos nunca había ido al mar? Total, lo medio regañaron y listo.

Y mientras este tipo de recuerdos circulaban por mi mente, la charla seguía. “¿Y cómo has estado?” le pregunté. “Bien, estoy encargado del área de Recursos Humanos de la empresa” me dijo. “Manejo más de 150 empleados. Y una nómina de 16 millones al año.”. O sea, no respondió mi pregunta. “¿Y cómo empezó todo?” le pregunté. Yo más bien refiriéndome al momento en que dejó de hablar de sus ideas y empezó a contestar cada puta pregunta con un número. Presiento que el interpretó mi pregunta como un halago, porque su respuesta reflejaba orgullo. “Mi suegro un día en la cena me preguntó: ¿Cuándo vas a dejar de hacerte pendejo y vas a empezar a ser productivo? Yo le contesté que estaba listo para dar ese paso, él me ofreció trabajo en su empresa y desde ahí he crecido junto con él.”. Fue entonces cuando identifiqué al que se lo había llevado, al que se lo había comido, al que lo sumó a la legión de zombies.

Me dijo muchas muchas cosas más. Me preguntó cuánto valía mi coche, me presumió el de él. Me dijo que escuchó que me estaba yendo bien. Le contesté que a qué se refería. Me dijo que sí, que había escuchado que había empezado varios negocios y que iban bien. Le dije que sí, pero que entonces a los que les estaba yendo bien era a los negocios y que eso no significaba que a mi también me fuera bien. Pienso que interpretó mi respuesta pensando entonces en que mi vida iba mal. “¿Te falta algo?” me preguntó y yo solo respondí que muchas cosas, pero que no me refería a eso, que yo era bastante feliz y no quise seguir con esa discusión.

Sus ojos estaban apagados, se los juro. Estoy segur que incluso cambiaron de color. Cuando más morros, los tenía de un azul como claro, que dejaba entrar mucha luz. Hoy se los vi casi negros. Todos sus movimientos, palabras y talentos habían cambiado. Hubiera preferido no volverlo a ver y quedarme con la idea de que mi viejo amigo estaba en algún lugar del mundo haciendo cosas extraordinarias sin tener mucha idea del precio que les tenía que poner, simplemente haciéndolas por eso que llaman pasión.

Así que hoy, después de este día que cambió mi vida, quiero que este escrito sirva para hacerles una petición. Que esto sea como esas placas que algunos perros traen en el cuello donde dice: “Si me extravío, llévenme a la siguiente dirección”. Así mismo yo les ruego, por favor, si un día ven que me están convirtiendo, rescátenme. Si ven que mis ojos ya no abren plenamente y, por el contrario, están entrecerrados, como calculando la situación todo el tiempo; si escuchan que mi boca se está llenando de números y dejando de hablar de pasiones; si perciben que mi lucha dejó de tener como objetivo la sonrisa de mi gente y ahora se enfoca en metas monetarias; si notan que ya no sueño con cambiar mi país y por el contrario digo cosas como “Pero ya sabes, así es México y no hay nada que hacer”… entonces es tiempo de que me ayuden.


Les doy el antídoto secreto para volver, no tiene fallas. Invítenme un café, primero. No les voy a decir que no, nunca. La idea de un café siempre me entusiasma y mientras lo estoy bebiendo, mis pensamientos son más claros. Así que llévenme por uno y denme un poco de tiempo. No esperen a que me lo termine, porque no lo voy a hacer. Nunca me termino los cafés, no importa del tamaño que sean. Así que empiecen en cuanto le de los primeros tragos. Háblenme de los ojos con los que me ve mi madre cada que me despide. Recuérdenme a mi padre y las veces que con palabras y acciones me ha enseñado que una condición indispensable para la felicidad es la honestidad, pues sin ella no hay nada. Díganme el nombre de mis amigos, esos que se sienten más orgullosos de mi cuando me ven cagándome de risa, que cuando les hablo de un nuevo logro laboral, pero sobre todo, recuérdenme este escrito. Cuéntenme esta historia y díganme que la decepción que hoy sentí al ver a mi viejo amigo bajo los dominios del maldito dinero, también la están sintiendo por mi. Tráiganme de vuelta, háblenme de la estrategia de esos Zombies de mierda que seguramente me atraparon con su mejor arma, la ambición, pero que también son fáciles de derrotar siempre y cuando me hagan una pregunta que me va a dejar retumbando: “¿Y el amor, Alex? ¿Dónde quedó el amor?”

2 comentarios:

  1. De las mejores reflexiones que he leído últimamente

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  2. El problema de la sociedad, es que a veces hay que actuar como estúpidos para poder encajar en ella. Y lo peor que se vuelve rutina...

    Me has dejado pensando...

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