jueves, 8 de marzo de 2018

Te extrañé, Gastritis.


¡Gastritis! 
Has regresado
Irreverente amiga.
De nuevo, sentí tu ácido
Destrozar mi suicida estómago;
Torturándolo, doblegándolo a tu voluntad.
Sin censura, fiel puñalada infernal
Te adentras y exploras mi sangre y mis heridas.
Jugando con ellas en tu soez danza
Dejándome agotado, cansado.
Aunque debo admitir, 
Que como siempre,
Te extrañe.

viernes, 16 de junio de 2017

Imaginario

Hoy fue un día muy extraño. Descubrí cómo se me manifiesta a mi eso que llaman depresión. Difícilmente me verán tirado en una cama, sin ganas de nada, con la cara mirando al suelo. Cuando algo me ahoga, mi reacción más común es hacer más. Cuando fue mi peor momento en una relación sentimental, me estaba cargando la chingada, pero no dejé de salir, de platicar con gente, de trabajar, de estudiar, de leer. Incluso comencé a hacerlo más que antes. Pero hoy me di cuenta que también me deprimo, aunque de forma distinta. Yo los llamo días lentos.

En mis días lentos, pienso como un maldito enfermo. Incluso pienso en por qué pienso lo que pienso, a varios niveles de profundidad. Escucho (se los juro que lo escucho) a los neurotransmisores de mi cabeza llevando y trayendo información. Son días que, invariablemente, hago 3 cosas: Divago; Termino tareas pendientes estúpidas (hoy fui a desponchar la llanta de refacción de mi coche, por ejemplo); y escribo.

Durante estos días cuestiono todo. Y como siempre que uno cuestiona todo, termino con una sensación profunda de desilusión.

Hoy voy a escribir sobre un cuestionamiento que ha rondado mi vida mucho tiempo y que siempre le he huido. ¿Qué es real? Me recuerdo de 8 años viéndome los brazos, tocándome la cara, escuchando mi voz y preguntándome ¿qué carajos soy? Me acuerdo que me daba mucho miedo cuando eso me pasaba. Iba con mis papás y trataba de contarles, pero no sabía explicarles lo que me invadía. A la fecha, no lo sé. Y como conmigo, me ronda esa rara sensación de mucho de lo que integra mi vida. Incluso recuerdo que alguna vez hasta me puse a pensar si mi perro era real. Lo veía y decía: “Este perro es demasiado chingón para ser real.”. No puede alguien llevarse tan bien con su perro. Debe ser la ilusión de un perro. O más allá, debe ser un pinche robot. Sí, algún robot diseñado para caer bien y espiar todos mis movimientos. Pero luego me di cuenta que no soy tan importante para eso y volví a abrazar a mi perro. Y como eso, me he preguntado si cada miembro de mi familia es real. Están tan perfectamente acomodados que me cuesta creerlo. La mejor madre, el mejor padre, el mejor hermano pequeño y la mejor hermana no pueden haberme tocado todos a mi.

Hoy me sucedió esa rara duda con Alan, mi mejor amigo. ¿Será real? Me preguntaba yo mismo. No será producto de mi imaginación, como esos amigos que se inventan los que deben ir al psiquiatra. Seguramente si me inventara un amigo imaginario sería como Alan. Crudo y sincero al extremo, pero esperanzador siempre. De esos que te pueden decir “eres un pendejo” pero que también te dicen: “pero no te preocupes, se te va a quitar.”. Bien podría ser un invento mío. No es un amigo normal. La mayoría de los momentos en los que convivimos estamos solos. Vive en el cuarto de al lado mío, comemos juntos algunas veces, de repente vamos por una cerveza, nos vamos de viaje sin importar si alguien más va… Yo no veo que eso pase mucho entre la gente que conozco. Hablar con Alan es como hablar conmigo mismo. Incluso me responde como yo me respondería. Es por eso que me asusta tanto en días como hoy, porque me entra la duda de si será real o no. Si es posible tener a un amigo como él. Me da miedo pensar que los de alrededor me escuchan cuando hablo de Alan y cuento pendejadas que hemos hecho juntos y me digan: “Claro, eso es muy de Alan.” Pero en cuanto me vaya digan: “Pobre, sigue pensando que ese tal Alan existe”.




Aún así, quiero pedir algo (si alguien llega a leer esto alguna vez, que lo dudo). Si Alan no existe, no me lo digan. Permítanme continuar con esta amistad que me hace ser mejor y mejor. Déjenme vivir la ilusión de sentir que tuve la fortuna de tener el mejor amigo que se puede tener. No maten a Alan, porque quizás si lo hacen, también me matarán a mi.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Qué cabrón es el Enter


Qué cabrón es el Enter. Un botón con tanto poder. Escribes unas dudosas líneas y no tienes que hacer el antiguo recorrido a la oficina de correo postal, que te permitía de una u otra forma repensar varias veces lo que estabas a punto de hacer. No es, ni siquiera, la espera de tres timbridos en la línea de teléfono, para reconstruir el discurso. Es un sensible click que más que Enter bien podría llamarse “Chingue a su madre”.

domingo, 16 de abril de 2017

I am not my mind

Esto comenzó como un “me voy a sentar un rato a trabajar”. Tenía muchas cosas pendientes para esta semana y la idea de trabajar por la noche me resultaba atractiva. Empecé a planear el trabajo. Suelo hacer eso, enumero todas mis ideas a desarrollar y cada una de mis tareas y las voy despachando. Conforme el pendiente queda listo, lo sombreo en verde. No saben qué estética se ve la imagen de la lista de tareas llena de luminosos verdes. Pero hoy tendrán que quedar en amarillo. Total, ¿qué son los planes, sino límites que nos ponemos? Mañana me despierto 1 hora más temprano y listo.

Así es como hoy empecé a pensar, a sentir, a escribir. Dejando atrás lo inmediato, para reflexionar sobre lo que me supera.

Me cuesta trabajo pensar que en tan poco tiempo, mi percepción de la vida ha cambiado tanto. Hasta hace unos meses, la visión era extremadamente borrosa, debo confesarlo. Irónicamente, aunque no veía nada claro, no me cuestionaba lo poco que veía. Era como ir en carretera, con el vidrio totalmente empañado, pero sin detenerse a querer limpiarlo. Es más, era ir en ese vehículo y al ver el vidrio tan imposible, decidir de ahí en adelante, era mejor cerrar los ojos. “Total, si no voy a ver nada, pues que no sea nada, nada”. Extraño, pero tomaba lo que me sucedía como dado sin detenerme a preguntar por qué estaba ahí. Difícil admitirlo, pues si algo reconozco que ha permanecido conmigo durante toda mi vida, desde niño, es la curiosidad por querer saber más de todo. Quizás quería saber de todo, de todo excepto de mi.

Y mientras yo seguía con mis ojos cerrados fuerte fuerte (ya saben, hasta arrugando la frente con tal de cerrarlos más fuerte) empezaron a llegar momentos, personas, libros e inexplicables inspiraciones que marcaron mi proceso de transformación. Fueron piezas precisas, que no pudieron haber sido puestas en un orden distinto, que no hubieran funcionado si no hubieran sucedido tal y como sucedieron. No llegaron ni un segundo antes ni un segundo después. Debo confesar que saberme parte de un plan tan perfecto me asustó. ¿Por qué llegó esa pregunta a mis oídos? ¿Por qué aquel libro fue puesto en mis manos? ¿Por qué, justo cuando lo necesitaba, se me confrontó de esa forma? ¿Por qué llegó la desilusión, la inspiración, la ansiedad, la tranquilidad, la paz… justo cuando debía llegar? Esto me desarmó, debo decirlo, me tumbó. Yo que tanto me preocupaba por tratar de planear lo que venía, tratar de anticiparme, tratar de calcular con el mayor intento de precisión posible el futuro, me estaba dando cuenta que todo eso valía para pura madre. Nada de esto fue esperado, nada fue proyectado y estaba pasando de la única y más perfecta forma posible. ¿De qué me podía servir una mente obsesiva si de todas formas lo que ocurría me superaba por mucho?

Es aquí donde quiero detenerme un poco para hablar de la mente. O como me gusta llamarle: la puta mente (nomás, pa que sepa que no me cae tan bien). Soy intenso, para bien y para mal, soy romántico y mi maquinaria mental nunca para. Una idea puede dar mil vueltas en mi cabeza, puedo visualizar con mucha precisión todos los escenarios que esa idea traería en consecuencia y me preparo para cada uno de ellos, sobre todo para el peor. No sé qué carajos pasó en mi vida que hizo que me cueste tanto ilusionarme. Mucho tiempo pensé que pensar mucho era una cualidad. Quizás por eso, no se me ocurría explorar la posibilidad de detenerla. En muchas situaciones, pensé que gracias al uso de ese artefacto, podía sacar ventaja en situaciones específicas. En escuela, la empresa o hasta momentos personales, volteaba a ver a mi mente y le decía: “bien jugado”. Pensaba (tonto, lo sé) que yo era mi mente. Entre más engrasara la maquinaria mental, entre más la ejercitara, mejor persona sería, mejor me iría. Esa “identificación con la mente” me hizo creer de más en ella, pues ya no solo le confiaba cuestiones intelectuales, sino que también le entregaba lo trascendente. El espíritu, la vida, el amor… todo lo analizaba con la mente (claro, pensaba que era la mejor parte de mi). Muchas cosas debieron suceder para que lograra ser consciente de esto. Tiene lógica, tenía que llegar algo más fuerte que la propia mente para que pudiera darme cuenta. Y llegó.


Hoy, después de mucho tiempo de titubeo, rechazo a mi mente. Le regalo la oportunidad de tomar decisiones en el presente, de problemas que están en frente, pero le prohíbo que siga pensando escenarios futuros y, sobre todo, reviviendo momentos del pasado. Mi mente es un gran jugador de futbol. Quizás el más talentosos de los elementos del equipo, pero no el único ni el que tiene la última decisión. Soy mucho más que ella y tengo el poder de decirle cuándo sí y cuando no puede entrar al campo de juego. Soy el entrenador, el dueño del equipo, el que contrata o despide. Así que te llego el tiempo, puta mente. O te limitas a la parte que te toca hacer o te vas para siempre de este lugar. Debes entender que yo no soy tu y, sobre todo, que no tienes la última palabra. Esa no la tientes tu, ni yo, ni nadie… y justo eso es lo que hace a la vida una pieza musical hermosa, improvisada, pero perfecta.


lunes, 3 de abril de 2017

Accidente de sábado


Y una vez más, papá, nos diste un gran aprendizaje. Siempre he creído que tu corazón y tu mente no son de este mundo. Y las vidas así, tan libres, a veces tienen que topar con la realidad.

Medio dormido y sin saber qué pasaba escuché del otro lado del teléfono a mi mamá diciendo: “tu papá está bien, pero tuvo un accidente.”. En ese momento no dimensioné lo que estaba escuchando y le dije un tonto “voy para allá”, sin recordar que estaba a 500 kilómetros de distancia. Colgué y empecé a pensar en esa terrible posibilidad, en eso que nunca quiero pensar: que alguno de ustedes me falte algún día. Por una u otra razón me ha pasado por la cabeza con cada uno de ustedes y siempre tiemblo. Apenas el viernes escribía en el avión que no tenía miedo de morir y unas horas después estaba aterrado ante la posibilidad de que eso le pasara a cualquiera de ustedes. Y sé que no nos gusta hablar de eso, de la posibilidad de morir, pero estoy convencido que considerar a la muerte, por lo menos de reojo, es la mejor forma de vivir.

 Fue la sensación horrible. Por las malas, quizás (aunque yo tengo la impresión de que fue por las muy buenas), pero lo que sucedió el sábado me hizo repensar muchas cosas. En cuestión de segundos uno está chocando dos copas y después el teléfono sonando con una mala noticia. Y yo no quiero irme ni que se me vayan sin que sepan que les amo con todo mi corazón. Que a mis 31 años no hay nada que se acerque, siquiera un poco, al amor que siento por ustedes. Que me he tardado tanto en escoger compañera de vida, quizás, porque tengo un equipo que me hace fuerte (ustedes) y un ejemplo que parece inalcanzable de repetir. Que cada uno tiene algo que cuando me acerco me hace pensar que estoy frente al mejor ser humano de esta tierra. Y que estoy seguro que no me equivoco ni exagero, que sí son las 4 personas más bonitas que Dios puso aquí y que me las puso a mi, en mi barrio, en mi grupo, en mi hogar.

Nos diste una lección, papá. Nos recordaste que nada está dado y que lo mejor es vivir agradecido. Aceptaste con humildad lo que pasó y me mostraste una vez más que tienes el alma más pura que yo he visto. Y de paso, con la ayuda de la líder de esta familia, mi jefa, nos sensibilizaste a todos. “Nadie le recrimine nada” nos dijo y nos invitó a pensar en qué hubieras hecho si nos hubiera pasado a nosotros. Y cuando me imaginé eso, solo te vi ahí, a mi lado, diciéndome que no me preocupara, que saldríamos de esta como hemos salido de todas. Y quiero que no te preocupes por nada tu tampoco. Que la vida nos sigue dando oportunidades para valorar, para agradecer y para estar cada vez más juntos y unidos. Dinero, esos pedacitos de papel que la gente tanto nos peleamos, irán y vendrán, pero lo que nos enseñaste tu y mi mamá en estos días eso nunca nos dejará.

Hay que apresurarnos a levantar la cabeza y dejar atrás el mal sabor de boca para convertirlo en una mejor forma de disfrutar la fortuna que es tener esta familia. Sigamos siendo cómplices frente al mundo. Ayudándonos a tapar nuestros errores y a hacer grandes nuestras virtudes. Seamos esos mosqueteros que siempre estarán para todos. Y no dejemos de voltear, de vez en vez, al cielo para guiñar el ojo y decirle al que siempre nos ve: Gracias por mi familia, gracias por mi hogar, gracias por mi mundo.