lunes, 3 de abril de 2017

Accidente de sábado


Y una vez más, papá, nos diste un gran aprendizaje. Siempre he creído que tu corazón y tu mente no son de este mundo. Y las vidas así, tan libres, a veces tienen que topar con la realidad.

Medio dormido y sin saber qué pasaba escuché del otro lado del teléfono a mi mamá diciendo: “tu papá está bien, pero tuvo un accidente.”. En ese momento no dimensioné lo que estaba escuchando y le dije un tonto “voy para allá”, sin recordar que estaba a 500 kilómetros de distancia. Colgué y empecé a pensar en esa terrible posibilidad, en eso que nunca quiero pensar: que alguno de ustedes me falte algún día. Por una u otra razón me ha pasado por la cabeza con cada uno de ustedes y siempre tiemblo. Apenas el viernes escribía en el avión que no tenía miedo de morir y unas horas después estaba aterrado ante la posibilidad de que eso le pasara a cualquiera de ustedes. Y sé que no nos gusta hablar de eso, de la posibilidad de morir, pero estoy convencido que considerar a la muerte, por lo menos de reojo, es la mejor forma de vivir.

 Fue la sensación horrible. Por las malas, quizás (aunque yo tengo la impresión de que fue por las muy buenas), pero lo que sucedió el sábado me hizo repensar muchas cosas. En cuestión de segundos uno está chocando dos copas y después el teléfono sonando con una mala noticia. Y yo no quiero irme ni que se me vayan sin que sepan que les amo con todo mi corazón. Que a mis 31 años no hay nada que se acerque, siquiera un poco, al amor que siento por ustedes. Que me he tardado tanto en escoger compañera de vida, quizás, porque tengo un equipo que me hace fuerte (ustedes) y un ejemplo que parece inalcanzable de repetir. Que cada uno tiene algo que cuando me acerco me hace pensar que estoy frente al mejor ser humano de esta tierra. Y que estoy seguro que no me equivoco ni exagero, que sí son las 4 personas más bonitas que Dios puso aquí y que me las puso a mi, en mi barrio, en mi grupo, en mi hogar.

Nos diste una lección, papá. Nos recordaste que nada está dado y que lo mejor es vivir agradecido. Aceptaste con humildad lo que pasó y me mostraste una vez más que tienes el alma más pura que yo he visto. Y de paso, con la ayuda de la líder de esta familia, mi jefa, nos sensibilizaste a todos. “Nadie le recrimine nada” nos dijo y nos invitó a pensar en qué hubieras hecho si nos hubiera pasado a nosotros. Y cuando me imaginé eso, solo te vi ahí, a mi lado, diciéndome que no me preocupara, que saldríamos de esta como hemos salido de todas. Y quiero que no te preocupes por nada tu tampoco. Que la vida nos sigue dando oportunidades para valorar, para agradecer y para estar cada vez más juntos y unidos. Dinero, esos pedacitos de papel que la gente tanto nos peleamos, irán y vendrán, pero lo que nos enseñaste tu y mi mamá en estos días eso nunca nos dejará.

Hay que apresurarnos a levantar la cabeza y dejar atrás el mal sabor de boca para convertirlo en una mejor forma de disfrutar la fortuna que es tener esta familia. Sigamos siendo cómplices frente al mundo. Ayudándonos a tapar nuestros errores y a hacer grandes nuestras virtudes. Seamos esos mosqueteros que siempre estarán para todos. Y no dejemos de voltear, de vez en vez, al cielo para guiñar el ojo y decirle al que siempre nos ve: Gracias por mi familia, gracias por mi hogar, gracias por mi mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario