domingo, 16 de abril de 2017

I am not my mind

Esto comenzó como un “me voy a sentar un rato a trabajar”. Tenía muchas cosas pendientes para esta semana y la idea de trabajar por la noche me resultaba atractiva. Empecé a planear el trabajo. Suelo hacer eso, enumero todas mis ideas a desarrollar y cada una de mis tareas y las voy despachando. Conforme el pendiente queda listo, lo sombreo en verde. No saben qué estética se ve la imagen de la lista de tareas llena de luminosos verdes. Pero hoy tendrán que quedar en amarillo. Total, ¿qué son los planes, sino límites que nos ponemos? Mañana me despierto 1 hora más temprano y listo.

Así es como hoy empecé a pensar, a sentir, a escribir. Dejando atrás lo inmediato, para reflexionar sobre lo que me supera.

Me cuesta trabajo pensar que en tan poco tiempo, mi percepción de la vida ha cambiado tanto. Hasta hace unos meses, la visión era extremadamente borrosa, debo confesarlo. Irónicamente, aunque no veía nada claro, no me cuestionaba lo poco que veía. Era como ir en carretera, con el vidrio totalmente empañado, pero sin detenerse a querer limpiarlo. Es más, era ir en ese vehículo y al ver el vidrio tan imposible, decidir de ahí en adelante, era mejor cerrar los ojos. “Total, si no voy a ver nada, pues que no sea nada, nada”. Extraño, pero tomaba lo que me sucedía como dado sin detenerme a preguntar por qué estaba ahí. Difícil admitirlo, pues si algo reconozco que ha permanecido conmigo durante toda mi vida, desde niño, es la curiosidad por querer saber más de todo. Quizás quería saber de todo, de todo excepto de mi.

Y mientras yo seguía con mis ojos cerrados fuerte fuerte (ya saben, hasta arrugando la frente con tal de cerrarlos más fuerte) empezaron a llegar momentos, personas, libros e inexplicables inspiraciones que marcaron mi proceso de transformación. Fueron piezas precisas, que no pudieron haber sido puestas en un orden distinto, que no hubieran funcionado si no hubieran sucedido tal y como sucedieron. No llegaron ni un segundo antes ni un segundo después. Debo confesar que saberme parte de un plan tan perfecto me asustó. ¿Por qué llegó esa pregunta a mis oídos? ¿Por qué aquel libro fue puesto en mis manos? ¿Por qué, justo cuando lo necesitaba, se me confrontó de esa forma? ¿Por qué llegó la desilusión, la inspiración, la ansiedad, la tranquilidad, la paz… justo cuando debía llegar? Esto me desarmó, debo decirlo, me tumbó. Yo que tanto me preocupaba por tratar de planear lo que venía, tratar de anticiparme, tratar de calcular con el mayor intento de precisión posible el futuro, me estaba dando cuenta que todo eso valía para pura madre. Nada de esto fue esperado, nada fue proyectado y estaba pasando de la única y más perfecta forma posible. ¿De qué me podía servir una mente obsesiva si de todas formas lo que ocurría me superaba por mucho?

Es aquí donde quiero detenerme un poco para hablar de la mente. O como me gusta llamarle: la puta mente (nomás, pa que sepa que no me cae tan bien). Soy intenso, para bien y para mal, soy romántico y mi maquinaria mental nunca para. Una idea puede dar mil vueltas en mi cabeza, puedo visualizar con mucha precisión todos los escenarios que esa idea traería en consecuencia y me preparo para cada uno de ellos, sobre todo para el peor. No sé qué carajos pasó en mi vida que hizo que me cueste tanto ilusionarme. Mucho tiempo pensé que pensar mucho era una cualidad. Quizás por eso, no se me ocurría explorar la posibilidad de detenerla. En muchas situaciones, pensé que gracias al uso de ese artefacto, podía sacar ventaja en situaciones específicas. En escuela, la empresa o hasta momentos personales, volteaba a ver a mi mente y le decía: “bien jugado”. Pensaba (tonto, lo sé) que yo era mi mente. Entre más engrasara la maquinaria mental, entre más la ejercitara, mejor persona sería, mejor me iría. Esa “identificación con la mente” me hizo creer de más en ella, pues ya no solo le confiaba cuestiones intelectuales, sino que también le entregaba lo trascendente. El espíritu, la vida, el amor… todo lo analizaba con la mente (claro, pensaba que era la mejor parte de mi). Muchas cosas debieron suceder para que lograra ser consciente de esto. Tiene lógica, tenía que llegar algo más fuerte que la propia mente para que pudiera darme cuenta. Y llegó.


Hoy, después de mucho tiempo de titubeo, rechazo a mi mente. Le regalo la oportunidad de tomar decisiones en el presente, de problemas que están en frente, pero le prohíbo que siga pensando escenarios futuros y, sobre todo, reviviendo momentos del pasado. Mi mente es un gran jugador de futbol. Quizás el más talentosos de los elementos del equipo, pero no el único ni el que tiene la última decisión. Soy mucho más que ella y tengo el poder de decirle cuándo sí y cuando no puede entrar al campo de juego. Soy el entrenador, el dueño del equipo, el que contrata o despide. Así que te llego el tiempo, puta mente. O te limitas a la parte que te toca hacer o te vas para siempre de este lugar. Debes entender que yo no soy tu y, sobre todo, que no tienes la última palabra. Esa no la tientes tu, ni yo, ni nadie… y justo eso es lo que hace a la vida una pieza musical hermosa, improvisada, pero perfecta.


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