viernes, 6 de diciembre de 2013

Lavarse los dientes frente a la ventana.




Nada más bello que lavarse los dientes frente a la ventana cuando la ciudad empieza a dormirse. Esto ya se está convirtiendo en un ritual de fin del día que comienza cuando cierro la puerta de mi cuarto. Eso significa que el día para los demás terminó y que ahora viene mi parte. El siguiente paso es conectar el iphone a las bocinas y poner algo de música. Es difícil de describir lo que sucede cuando se escucha la primer canción, invariablemente cuál sea esta. Es mi momento de triunfo sobre el mundo. Es una transición perfecta: por una parte, de decirme a mi mismo que pude con un día más, pero por otra, que no tarda en aparecer otra nueva oportunidad.

El cepillo ya está llegando a los molares y la ciudad cada vez se pinta más de negro noche y amarillo luz. Y la mente sigue trabajando. Pensando, aunque no lo quiera así, en lo que el día que está terminando me trajo y lo que se llevó. “Pude haber hecho mejor esto”, “Me faltó hacer aquello” es lo que normalmente circula por mi cabeza en esas reflexiones. “Pero va, mañana puedo hacerlo mejor.”. Y ahí el estómago me da un jalón, como queriéndome avisar algo. Y no, no es un retortijón, mi digestión no acostumbra llegar a esa parte del proceso en la noche. Es la sacudida del cuerpo que me grita “Claro, mañana… siempre y cuando haya mañana.”. Recuerdo una vez que mi amigo Adrián y yo queríamos platicar, pues su posgrado fuera de Guadalajara había impedido que lo hiciéramos de manera suelta como nos gustaba amistar. Salieron algunas cosas de chamba y le dije que si podíamos cambiar nuestra cita para el día siguiente y me contestó: “Claro, no hay problema. Lo bueno es que hay mañana.” Seguramente no se dio cuenta, pero me dejó pensando muchísimo. ¿Cuántas cosas no postergamos confiando en la incertidumbre del mañana? Y aunque sé que mi cuarto es un lugar seguro, nada me garantiza que el siguiente amanecer estará ahí… pero aún así, es inevitable que en ese momento, mientras el cepillo sigue frotando sus cabellos con mi boca, yo pienso en el mañana que vendrá, espero.

La pasta de dientes comienza a lastimar mis papilas gustativas. Al final, no hay que olvidar que es un ácido que nos metemos para limpiar lo que nosotros mismos ensuciamos. Pero yo sigo ahí en la ventana, contemplando. 

Hay veces que veo el mundo que me rodea y solo siento que no lo aguanto. Yo creo que por eso a la gente le gusta mantenerse distraída. Rápido, hay un momento de silencio, prende la televisión antes de que empecemos a pensar en lo que nos supera. Corre, pásame el celular, no vaya a ser que me sienta solo y en esa soledad me empiece a conocer. Yo ayer me di cuenta que no me gusta comer botanas mientras veo una película. Puedo hacerlo, claro, no es como que vaya a explotar si como una papita llena de chile mientras la película corre, pero prefiero comerme todo lo que pueda antes de que empiece, para así no tener otra distracción más que la película misma. Y saben ¿por qué me di cuenta? Porque estaba solo. Seguramente si estuviera viendo esa película con alguien más, mientras las reflexiones sobre las papitas y la película empezaban a suceder, mi acompañante me distraería con un “me pasas mi vaso, por favor” y yo se lo pasaría gustoso, sin darme cuenta que mi trascendencia acababa de ser coartada. 

Y así nos pasamos mucho tiempo. Huyéndole a las tremendas realidades. Mirando con precaución el cielo, el mar o nuestro interior, pues esas 3 cosas vistas con profundidad tienen el riesgo de, en su inmensidad, hacernos sentir locos… Pero carajo, no podemos pasarnos la vida tapándonos los ojos ante la grandeza del vacío, despertando sin despertar, observando sin observar y viviendo sin vivir. No digo que yo lo haya logrado. A veces el mundo también me distrae tanto que me olvido de lo importante por atender lo urgente, pero mientras tenga mi ventana y mi cepillo de dientes, seguiré haciendo el lavado de dientes más largo de la historia. De cualquier forma, lo peor que pudiera pasarme es que se me salgan varios suspiros y no tengo problema con eso, al fin y al cabo estos tendrían un agradable olor a menta.

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