Esta etapa se llama extraña calma. Se siente una cierta
tranquilidad que ya no sé si es indiferencia o ecuanimidad. Es como si
estuviera en medio de un huracán, en el ojo. A salvo, pero con una revolución
ocurriendo a mi alrededor. No se si sea desatención, o al contrario, una
extrema atención. Lo que sí tengo claro es que en esta intensa tormenta,
necesito no perderme. Quiero trazar con mucha claridad las pistas, los trucos,
los recordatorios que me hacen siempre volver a casa. Quiero leer aquello que
me hace vibrar, que me hace humano. Quiero tener inquietud por las películas,
los documentales, por las canciones y todo aquello que le habla al espíritu.
Quiero hacer ejercicio, pero para sentirme vivo, no para alimentar egos de
ningún tipo. Quiero meditar, practicar la respiración, la contemplación. Quiero
tener mi tiempo, en soledad y compartido, pero siempre atento y despierto.
Quiero amar la vida, quiero sentirla y disfrutarla. Sé que el lugar en donde
estoy no es para siempre y que tarde o temprano los vientos me arrastrarán,
pero me gustaría estar listo para que cuando eso suceda, pueda también
disfrutar el vuelo con la misma paz que se siente el aterrizaje.
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