jueves, 27 de marzo de 2014

El falso bienestar.

El concepto de “bienestar” está muy manoseado. Un ejemplo claro de la perversión con la que se ha usado esta palabra, es el slogan del Gobierno de Jalisco para este sexenio. “Bienestar. Mereces estar bien.” se aprecia en cualquier evento del ejecutivo estatal. Y yo, cuando leo esto, no puedo sino pensar en la idea de desarrollo de Amartya Sen.

Él decía que un gobierno solo debía ser juzgado en función de las capacidades concretas de sus ciudadanos, eso para Sen es “libertad”. En otras palabras, su teoría dice que una sociedad es desarrollada tanto como sus ciudadanos son libres. Evidentemente, lo importante aquí es cómo considerar a un hombre “libre”. Si lo explico en mis palabras, con un ejemplo tonto, es como cuando tu papá o tu pareja te dicen el famosísimo: “haz lo que quieras”. Ese dicho no te hace libre en lo absoluto, porque tu sabes que eso no significa que puedas realmente hacer lo que quieras. Cosa diferente sería que mientras te dicen ese “haz lo que quieras”, te den una tarjeta de crédito sin límite, las llaves del coche, un beso en la frente y un tríptico con todas las cosas que puedes hacer esa noche. Así sí hablamos de una verdadera libertad. De un verdadero “haz lo que quieras”. Lo mismo sucede con las libertades de los ciudadanos. De nada nos serviría que nos dijeran que tenemos el derecho a votar por nuestros gobernantes, si pusieran las urnas en medio del mar, donde no pudiéramos a acceder.

Esto sucede con el Transporte Público. El 70% de los ciudadanos lo utiliza como su medio principal de transporte. Y no es que anden arriba del camión moviéndose de un lugar a otro solo por diversión. La mayoría de los usuarios, ven al camión como un factor de estudio o de trabajo. Luego entonces, el costo, calidad y eficiencia del medio que transporta a millones de ciudadanos, es determinante para el trabajo que se desempeñe. En sentido profundo, la jornada laboral inicia desde que la persona busca trasladarse al lugar donde labora. Si el camión que te lleva a ese lugar es muy caro, te provoca daños físicos, te genera estrés o no cumple con su frecuencia normal de paso y traslado, el desarrollo y la libertad de las personas estará complicado.

Pero la importancia del transporte público va más allá. El camión es un factor determinante de calidad de vida. En ciudades grandes, donde las personas recorremos largas distancias en el día a día, es necesario pasar gran parte de nuestras horas arriba del camión. Si el lugar donde pasamos más del 20% de nuestro día es inseguro, estresante, sucio, incómodo, será difícil conseguir una verdadera calidad de vida. Sumarle a las preocupaciones de la rutina diaria, un nuevo elemento de estrés cotidiano y dañino, seguramente dificultará la tranquilidad y felicidad de los usuarios, que, como ya dijimos, no son pocos.

A eso debemos sumarle la relevancia que tiene el camión en el medio ambiente. Las implicaciones ambientales de tener un mal servicio de transporte público son innumerables. Por una parte, los camiones son generadores directos de contaminación. Tener unidades viejas, inadecuadas o sin el mantenimiento necesario, dañan el aire que respiramos todos los días. Pero ni siquiera es esa la afectación mayor. El sistema de Transporte es determinante para las dinámicas de movilización de la gente. Es decir, tener un buen transporte público incentiva que los ciudadanos con posibilidades de tener un auto, decidan dejarlo en casa y preferir usar un medio de traslado masivo, siempre y cuando este le resulte seguro, más barato y eficiente. Tener un mal sistema de Transporte incentiva justo lo contrario, que todos quieran adquirir un automóvil para bajarse definitivamente del camión. El 91% del Transporte en Jalisco es Privado. Solo el 0.4% es Público. Esto nos dice el fracaso del modelo. El 0.4% de los vehículos del estado mueven al 70% de la población. La tendencia de crecimiento del parque vehicular de Jalisco es de las más altas a nivel nacional. Cerca del 10% de aumento de vehículos cada año, con las afectaciones ecológicas que esto trae.

De nada nos sirve que pongan miles de espectaculares con la palabra “Bienestar” si los vemos arriba de un camión en pésimas condiciones. Hablar de “bienestar” y tener un mal transporte público, es irónico. Si este o cualquier gobierno quiere generar desarrollo, quiere darle bienestar a sus gobernados, un buen Transporte Público es un indispensable paso.



miércoles, 19 de marzo de 2014

Por si atacan los Zombies.

A veces, en medio del absurdo circo de la vida, dejamos de ver y de oír. Cerramos los ojos, ponemos las manos haciendo presión en los oídos para taparlos bien. Eliminamos el negro y el blanco y nos recostamos en el horrible, pero cómodo gris.

Esto nos pasa algunas veces a todos, tampoco nos hagamos weyes. El problema es que hay otros que se estacionan ahí. Son la mayoría, debo admitir. Se convierten en el gris, lo defienden. Y así pasan las vidas de los muertos, que respiran, pero no existen; que duermen, pero no sueñan; que memorizan, pero no piensan; que repiten, pero no reflexionan; que caminan, pero no se mueven.

A estos últimos son a los que más les temo. Son como Zombies que se alimentan de más cuerpos. No soportan ver a alguien que no es como ellos. Quieren que tomes el trabajo que no te gusta, están dispuestos a pagarte más por ello. Quieren que te cases con la que no te hará feliz, empeñarán mucha saliva en convencerte que la que imaginas no existe, que es mejor conformarse. Harán todo porque te olvides de cambiar al mundo, incluso si es necesario ofenderte para ello, lo harán sin pensarlo. Es normal, los entiendo. Si no lo hacen, morirán y ellos juran que quieren seguir viviendo. No se han dado cuenta que llevan ya mucho tiempo sin vida.



Escribo esto por necesidad. Hoy me sucedió algo que me dejó golpeado. Es algo que pudiera parecer común, pero por alguna razón, yo no he podido dejar de pensarlo.

La historia comienza así: Tenía una cita a las 4 pm con un cliente. No era una cita trascendente, de hecho era de esas reuniones que perfectamente se hubieran podido resolver con una llamada, pero yo disfruto mucho ser un buen pretexto para que gente abandone su oficina un rato y se tome un café. Así que ahí estábamos, en ese lugar que dije que iba a tratar de frecuentar menos, pero que no lo he hecho en lo más mínimo. Starbucks, creo que se llama. Ajustamos algunas cosas de trabajo, platicamos de proyectos y sorbimos de nuestros vasos. Después, él se retiró y yo decidí permanecer un poco más en el lugar para escribir algunas ideas que me habían venido a la mente y que luego si no las escribo, desaparecen. Y ahí estaba cuando escuché mi nombre. La verdad no le puse tanta atención. He aprendido que con un nombre común como el mío es mejor no voltear a la primera para no verme tan wey. Después escuché un “Hermosillo” y ahí sí confirmé que era para mi. Así que miré al que me llamaba y reconocí a un viejo amigo. No fue fácil, tenía 8 años que no lo veía ni sabía nada de él. Creo que es su culpa por no tener Facebook, pero esa es otra historia. Lo vi, lo saludé con mucho gusto y lo siguiente fue decir una verdad. Estúpida, si quieren, pero es muy verdad. “Siempre que escucho a Tool me acuerdo de ti. ¿Te siguen gustando?” le dije. La neta a mi ni me gustan esos vatos, pero cuando los escucho en el radio o que alguien los menciona me acuerdo de él. Su respuesta era la antesala de lo que sería una desastrosa conversación. “No, ya no me gustan. Además ya no tengo tiempo de escuchar música.” ¿Qué?, pensé. ¿Ya no tienes tiempo de escuchar música? ¿Y entonces en qué usas tu tiempo? ¿Eres un pinche monje o qué puede ser tan importante como para quitarte tu tiempo de escuchar música? Sobre todo tu, que hace 10 años eras el mejor con la batería-mesabanco. Ya saben, tomaba dos lápices como batacas y golpeaba la paleta del mesabanco con un ritmo que ya quisieran tener muchos rockeros. “Sí, ahora trabajo en la empresa de mi suegro. Estamos facturando más de 10 millones de dólares al año, así que no puedo perder mucho tiempo.” Madres, pensaba. ¿Quién es este cabrón y qué hizo con el de hace 10 años? Él fue mi inspiración mucho tiempo. Tenía un talento que yo nunca había visto antes. Todo, lo que fuera, lo sabía hacer más divertido. Recuerdo una vez que nos dejaron llevar a clase una lámina de José María Morelos (Para todos los de esta nueva generación que estén leyendo esto, una lámina era una hoja de papel con imágenes por un lado y texto por el otro. Contenía información básica sobre un tema específico y costaba como 1 peso. Sí, algo así como Wikipedia, pero más chingón.). Total, al empezar el día me dijo mi amigo que él había olvidado ir por la lámina. “La voy a hacer yo, mejor” me dijo. Yo quería ver eso. La siguiente escena que recuerdo es a la maestra mandándolo a dirección. Yo dije, chale, qué tan malo pudo haber sido hacer una lámina por su propia cuenta en vez de comprarla en la papelería, pero ese no era el problema. Regresó de dirección y me enseñó la lámina que había hecho. Por un lado tenía unos dibujos excepcionales de Morelos, coloridas y mucho mejores que las culeradas que luego ponían en esas láminas. La única diferencia era que en la esquina de abajo había puesto una imagen de Morelos tomando el sol en la playa. En el pie de foto decía: “Morelos tomando el sol en alguna playa de México”. Lo mejor fue que además, en el texto de atrás, había inventado toda una historia de un viaje de Morelos a la playa. Cuando le pregunté por qué lo había hecho, me dijo que ya no sabía con qué llenarla. “Además, me gustó la idea de imaginar que Morelos también iba a la playa y se acostaba a no hacer nada.” Me pareció grandioso lo que me estaba diciendo. ¿Qué carajos tiene de malo que uno de nuestros héroes nacionales haya ido a la playa a tirar la hueva? O qué, ¿Morelos nunca había ido al mar? Total, lo medio regañaron y listo.

Y mientras este tipo de recuerdos circulaban por mi mente, la charla seguía. “¿Y cómo has estado?” le pregunté. “Bien, estoy encargado del área de Recursos Humanos de la empresa” me dijo. “Manejo más de 150 empleados. Y una nómina de 16 millones al año.”. O sea, no respondió mi pregunta. “¿Y cómo empezó todo?” le pregunté. Yo más bien refiriéndome al momento en que dejó de hablar de sus ideas y empezó a contestar cada puta pregunta con un número. Presiento que el interpretó mi pregunta como un halago, porque su respuesta reflejaba orgullo. “Mi suegro un día en la cena me preguntó: ¿Cuándo vas a dejar de hacerte pendejo y vas a empezar a ser productivo? Yo le contesté que estaba listo para dar ese paso, él me ofreció trabajo en su empresa y desde ahí he crecido junto con él.”. Fue entonces cuando identifiqué al que se lo había llevado, al que se lo había comido, al que lo sumó a la legión de zombies.

Me dijo muchas muchas cosas más. Me preguntó cuánto valía mi coche, me presumió el de él. Me dijo que escuchó que me estaba yendo bien. Le contesté que a qué se refería. Me dijo que sí, que había escuchado que había empezado varios negocios y que iban bien. Le dije que sí, pero que entonces a los que les estaba yendo bien era a los negocios y que eso no significaba que a mi también me fuera bien. Pienso que interpretó mi respuesta pensando entonces en que mi vida iba mal. “¿Te falta algo?” me preguntó y yo solo respondí que muchas cosas, pero que no me refería a eso, que yo era bastante feliz y no quise seguir con esa discusión.

Sus ojos estaban apagados, se los juro. Estoy segur que incluso cambiaron de color. Cuando más morros, los tenía de un azul como claro, que dejaba entrar mucha luz. Hoy se los vi casi negros. Todos sus movimientos, palabras y talentos habían cambiado. Hubiera preferido no volverlo a ver y quedarme con la idea de que mi viejo amigo estaba en algún lugar del mundo haciendo cosas extraordinarias sin tener mucha idea del precio que les tenía que poner, simplemente haciéndolas por eso que llaman pasión.

Así que hoy, después de este día que cambió mi vida, quiero que este escrito sirva para hacerles una petición. Que esto sea como esas placas que algunos perros traen en el cuello donde dice: “Si me extravío, llévenme a la siguiente dirección”. Así mismo yo les ruego, por favor, si un día ven que me están convirtiendo, rescátenme. Si ven que mis ojos ya no abren plenamente y, por el contrario, están entrecerrados, como calculando la situación todo el tiempo; si escuchan que mi boca se está llenando de números y dejando de hablar de pasiones; si perciben que mi lucha dejó de tener como objetivo la sonrisa de mi gente y ahora se enfoca en metas monetarias; si notan que ya no sueño con cambiar mi país y por el contrario digo cosas como “Pero ya sabes, así es México y no hay nada que hacer”… entonces es tiempo de que me ayuden.


Les doy el antídoto secreto para volver, no tiene fallas. Invítenme un café, primero. No les voy a decir que no, nunca. La idea de un café siempre me entusiasma y mientras lo estoy bebiendo, mis pensamientos son más claros. Así que llévenme por uno y denme un poco de tiempo. No esperen a que me lo termine, porque no lo voy a hacer. Nunca me termino los cafés, no importa del tamaño que sean. Así que empiecen en cuanto le de los primeros tragos. Háblenme de los ojos con los que me ve mi madre cada que me despide. Recuérdenme a mi padre y las veces que con palabras y acciones me ha enseñado que una condición indispensable para la felicidad es la honestidad, pues sin ella no hay nada. Díganme el nombre de mis amigos, esos que se sienten más orgullosos de mi cuando me ven cagándome de risa, que cuando les hablo de un nuevo logro laboral, pero sobre todo, recuérdenme este escrito. Cuéntenme esta historia y díganme que la decepción que hoy sentí al ver a mi viejo amigo bajo los dominios del maldito dinero, también la están sintiendo por mi. Tráiganme de vuelta, háblenme de la estrategia de esos Zombies de mierda que seguramente me atraparon con su mejor arma, la ambición, pero que también son fáciles de derrotar siempre y cuando me hagan una pregunta que me va a dejar retumbando: “¿Y el amor, Alex? ¿Dónde quedó el amor?”