Este viaje buscaba ser
revelador y lo fue en muchos sentidos. Estuve, principalmente, observante. No
tenía expectativas precisas sobre a dónde me llevaría, solo quería escuchar lo
que la vida tenía que decirme y eso solo podía ser a través de dos formas: llamados
interiores o vuelcos del destino. Una de las primeras conclusiones (si se le
pueden llamar así, porque creo que este proceso nunca concluye) fue que el
elemento más importante para escuchar a la vida es el silencio. El Universo no
te va a con un ruido imposible de superar. O tal vez sí lo va a ser, pero lo
que es un hecho es que no lo vas a escuchar. Tampoco lo va a hacer si estás en
conversaciones pretenciosas incesantes. La vida sí habla a través de las
personas, pero no desde sus egos, sino desde sus espíritus, desde sus
corazones… y ese tipo de profundidad al hablar se logra con muy pocas personas,
así que si somos crudos, en realidad, todas las demás conversaciones, también
son una forma de ruido que, en la medida de lo posible, es necesario disminuir.
Tampoco te va a hablar desde el activismo desmedido. La vida no necesita que
estés intensamente inquieto para hacerte llegar su mensaje. No es como un
tesoro esperando ser encontrado o descifrado, donde se requiere de la mayor
actividad posible para acercarse a él. Tampoco es un concurso de voluntarismo,
que solo premia a los que más “hacen cosas” con el éxito de la verdad. Es más
bien algo que ya está ahí, en nosotros y que lo único que pide es que no le
tengamos miedo, que no lo evitemos… y lo evitamos. Es tan común en nosotros que
dejemos para luego lo importante, lo trascendente, y lo sustituyamos por lo
momentáneo. Ahí radica en mucho la inconsciencia, creo yo. No es que nos
digamos a nosotros mismos; Sí, vamos llenándonos de actividades, ruidos y gente
para no escuchar nada. Es más bien que postergamos eternamente esa oportunidad.
Mañana me siento a escribir, ahorita tengo ganas de estar con alguien. Mañana
leo aquel libro nutritivo, ahorita necesito ver televisión. Mañana me doy
tiempo para estar solo, ahorita quiero ir al antro, al cúmulo desmedido de
personas desesperadas por algo. Y es así como lo momentáneo le gana a lo
duradero. Pongo como ejemplo lo que fue este viaje para mis amigos. Era
aterrizar, adormecer lo más posible los sentidos con la cantidad de sustancias
necesarias para ello, buscar cualquier tipo de compañía, no importaba nada, más
que estar con alguien. No importa si esa otra persona que logramos conquistar
es, en su tierra, una estafadora, si abandonó a
sus personas queridas, si es sucia, traicionera o estúpida. Lo que importa es que podamos
acompañarnos un momento. Hacernos sentir, momentáneamente, mejor a través de la idea de atracción y triunfo.
Después durmamos lo más posible. Comamos lo que más daño nos hace. Hablemos de
laos deseos más estúpidos que hay en nosotros. Pasémosla bien, aunque mañana,
al regresar, no solo no seamos un poco mejores, sino que hayamos dado un paso
atrás en este camino llamado vida. Y desde luego que no estoy en contra de la
diversión, ni de los viajes de relajamiento (incluso moral), pero creo que
deben ser pequeños lapsos de permitida inconsciencia, y no al revés.
Así que aquí estoy,
terminando uno de los viajes más importantes de mi vida, donde no quise
resistirme a nada, pues todo eran palabras que la vida pronunciaba para mi y,
como tal, no hay error. Llovía y estaba bien. Y era delicioso saberlo, porque
sé que en cualquier otro punto de mi vida, la lluvia, en el océano me hubiera
enfurecido, pues la expectativa que hay en nuestras cabecitas es que en estos
lugares debe haber sol. Esta vez no fue así. Dejé que lloviera (como si antes
pudiera evitarlo, no?), no lance ni una queja por eso, lo tomé como una clara
señal que quería decirme: contempla la lluvia bajo un techo o siente las gotas.
No había más. Así que aproveche esta para disminuir la agenda de actividades
bajo el sol y en vez de eso, leer, escribir o simplemente tocar batería en mi
cuarto. Y pensé: ¿será que para el cumplimiento de mi misión en la vida, el
destino le cagó las vacaciones a cientos de personas que sin deberla ni temerla
les empezó a llover en su tan anhelado viaje? Desde luego que no, Alejandro. No
hay división. Tu no eres uno y los otros son otros. Lo que para ti significó
una oportunidad para quedarte en tu cuarto escribiendo, para otro significó una
tarde de lluvia en la cara, haciéndolo disfrutar como nunca antes había
disfrutado. Y para otro fue un gran gran enojo con el cielo, al grado que lo
hizo cuestionarse por qué la vida era tan injusta con él, como parte de su
camino hacia descubrirse a si mismo. A otra familia le implico mayor
convivencia, a uno más le causó una fuerte gripa que a algún lado, no sabemos
aún cual, lo llevará, siempre para seguir en esa misión de vida. Todos estamos
unidos, en un grado de perfección que no logramos entender. Sin error. Sí, sin
error. Nunca, en la historia de la humanidad, ha habido un solo error de la
vida. Ni el holocausto lo fue. No, tampoco la pobreza. Son cosas difíciles de
ver, pero que forman parte de un plan mucho más grande que la vida como la
conocemos. Lo que tenemos que hacer es dejar de juzgar lo de afuera para
concentrarnos en lo de adentro.
Ese camino sin resistencias
me llevó a Demián, de Herman Hesse. Lo releí de inicio a fin. Me costaba creer
lo que ahí encontraba. Era una conversación clara y evidente con Dios. No me
daba indicaciones, porque si algo he aprendido es que no le gusta eso. Uno va
creciendo con la idea de que si acaso tenemos la suerte de que Dios nos hable,
será por medio de una inspiradora indicación. Alex, ve a este lugar. Alex, haz
esto. Alex, la respuesta es esta. Y a lo máximo que llegamos es a confundir
nuestra gran gran conceptualización moral (la que nos han dictado desde el
vientre) con una respuesta de Dios. Nombre, Jesús murió justo para salvar esa
idea, para demostrarnos que aunque fuera contra su propia vida, contra su
propio sufrimiento, haría hasta lo imposible por respetar nuestra libertad. Más
bien lo que hace (o lo que siento que hace) es sembrarnos inquietudes,
inspiraciones, consciencia. Y eso no es exclusivo de algunos dichosos. Esa está
sembrada en todos nosotros. En TODOS. Lo único que tenemos que hacer es acudir
a esa semilla. Y no, esa semilla no está en el Templo de Jerusalén, ni en la
Mezquita de Arabia, tampoco en la Iglesia más cercana. Esa semilla está dentro
de nosotros. Es lo que muchos han llamado “nuestra misión en la vida”. La
llevamos con nosotros todo el tiempo. La callamos, la sofocamos, la ahogamos,
pero nunca se muere. Ahí está, como una semilla inmortal que solo espera un
poco de agua para florecer. Es distinta para cada quien, por eso no es una
indicación general, por eso cuando vemos que alguien se realizó haciendo tal o
cual cosa y queremos imitarlo, sentimos que no logramos nada, porque esa es,
tal vez, su misión, pero no la nuestra. Todos tenemos una distinta, de hecho,
Ninguna se parece, siquiera. No es tan difícil de creer, hombre. Si el Creador
logró hacer tantos elementos faciales y corporales como para hacernos a todos
físicamente distintos, con mucha mayor razón puede hacerlo con nuestros
espíritus. Y esa es la lección eterna de Demián. No soy yo, Stuart, el que te
da las respuestas. Eres tu mismo. No es tu mejor profesor, no es tu amigo, no
es tu padre quien te debe decir qué hacer. Es tu alma. Pistorios era un gran
sabio y nadie mejor que él conocía la historia de la fe, los caminos
filosóficos hacia la verdad, las distintas teorías de la consciencia, pero
todas ellas eran escritas por alguien más. El mundo no estaba concluido, estaba
en construcción, en elaboración constante y ahí, ni las teorías, ni la historia
sirven de nada. Es el ladrillo de cada quien, con formas distintas entre todos,
lo que edifica el universo. Es como un gran juego de tetris. Unos son
rectángulos, otros cuadrados, otros tienen bifurcaciones extrañas, unos más son
largos, otros pequeños, pero todos son importantes para completar el gran
rompecabezas. De nada serviría ser un perfecto cuadrado, listo para embonar en
el vacío que había por su ausencia, si en el momento de acercarnos a ella, de
pronto, nos resistiéramos a esa forma y buscáramos ahora más bien ser un largo
rectángulo. Podríamos alargar lo más posible nuestras extremidades, pero no
embonaríamos con el lugar que nos estaba esperando y terminaríamos sin ser
cuadro, ni rectángulo y dejando nuestro hueco sin el pedazo que faltaba. Y esa
búsqueda es una aventura. Una aventura permanente. Una aventura que nos lleva a
la paz. No se llega nunca a un estado absoluto de respuesta (según yo… todo es
según yo). Se llega a una forma de ver el camino. Y con eso basta. A esa forma
no le importa su llueve, si hace calor, si estamos solos , si acompañados, si
tenemos dinero o si no. Esa forma de ver el camino nos dice que en todo está
presente nuestra esencia, que en todo estamos evolucionando rumbo al siguiente
paso, que en todo estamos cumpliendo nuestra misión en la vida.
¿Y a dónde me lleva a mi este
camino? ¿Cuál es mi misión en la vida? ¿Qué debo de hacer con las grandes
incógnitas que hay en mi vida? No lo sé. En verdad no lo sé. Y no hubo
respuestas definitivas, determinantes, en este viaje. Hay veces que siento una
fuerte necesidad de salir a buscar a la mujer de mi vida (whatever that means),
que debe andar por ahí. Que me da miedo no encontrarla. Hay otras en que estoy
convencido que no debemos estar juntos. Hay veces que me decido a estar solo
por un largo tiempo. Hay otras en que sueño con la idea de establecerme con
alguien pronto. Hay veces que quiero dedicarle más tiempo a mi trabajo. Hay
veces que quiero mandarlo a la mierda y hacer otras cosas. Y todas esas
visiones encontradas pude observarlas en este viaje. Y conocerlas, saludarlas y
no tenerles miedo. Todas forman parte de mi. Soy muy inquieto. Lo que tengo
claro es que estoy (como en cada minuto de la vida estamos) en un momento
determinante para el resto de mi vida. Y estoy convencido de que este momento
debo enfrentarlo yo solo. No en soledad, porque me acompaño siempre de la gente
que me rodea, pero sí yo solo. Sin miedo. Confiado. Sin huirle a nada, sin
evitar, sin evadir. Esa es, probablemente la única conclusión de estos días.
Quiero más viajes como este. Quiero más días extraños, en que nada tenía
sentido. Quiero más encierros en un cuarto de 3x3, tocando batería y haciendo
ruidos con el celular, sabiendo que eso no me conducía a nada más que a un poco
de risa provocada por la pérdida total de sentido. Y sé que en algún punto
podré seguir teniendo esta parte tan mía, tan libre, tan personal, aún estando
acompañado de alguien. Pero mientras lo logro, sé que necesito estar solo.
Conocerme mejor. Experimentarme. Perderme, encontrarme, resistirme, dejarme
llevar. Necesito verme al espejo en el que nunca me he visto. Desnudarme,
notarme esa cicatriz, esa deformación, ese lunar, esa perfecta imperfección.
Quererme y disfrutarme, para después querer y disfrutar a alguien. Y se que eso
solo lo lograré con fluidez, sí, pero
también con un poco de lucha. No lucha contra mi, no lucha contra las
condiciones de la vida. Lucha contra el mundo, Si yo hoy no hubiera luchado, me
hubiera quedado con mis amigos en el ruido. Si no hubiera luchado, no tendría
momentos de soledad, de enfrentamiento. El mundo, por alguna extraña razón, no
nos quiere libres. Así que con coraje, que esto es la vida.
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