sábado, 16 de abril de 2016

La playa y Demián

Este viaje buscaba ser revelador y lo fue en muchos sentidos. Estuve, principalmente, observante. No tenía expectativas precisas sobre a dónde me llevaría, solo quería escuchar lo que la vida tenía que decirme y eso solo podía ser a través de dos formas: llamados interiores o vuelcos del destino. Una de las primeras conclusiones (si se le pueden llamar así, porque creo que este proceso nunca concluye) fue que el elemento más importante para escuchar a la vida es el silencio. El Universo no te va a con un ruido imposible de superar. O tal vez sí lo va a ser, pero lo que es un hecho es que no lo vas a escuchar. Tampoco lo va a hacer si estás en conversaciones pretenciosas incesantes. La vida sí habla a través de las personas, pero no desde sus egos, sino desde sus espíritus, desde sus corazones… y ese tipo de profundidad al hablar se logra con muy pocas personas, así que si somos crudos, en realidad, todas las demás conversaciones, también son una forma de ruido que, en la medida de lo posible, es necesario disminuir. Tampoco te va a hablar desde el activismo desmedido. La vida no necesita que estés intensamente inquieto para hacerte llegar su mensaje. No es como un tesoro esperando ser encontrado o descifrado, donde se requiere de la mayor actividad posible para acercarse a él. Tampoco es un concurso de voluntarismo, que solo premia a los que más “hacen cosas” con el éxito de la verdad. Es más bien algo que ya está ahí, en nosotros y que lo único que pide es que no le tengamos miedo, que no lo evitemos… y lo evitamos. Es tan común en nosotros que dejemos para luego lo importante, lo trascendente, y lo sustituyamos por lo momentáneo. Ahí radica en mucho la inconsciencia, creo yo. No es que nos digamos a nosotros mismos; Sí, vamos llenándonos de actividades, ruidos y gente para no escuchar nada. Es más bien que postergamos eternamente esa oportunidad. Mañana me siento a escribir, ahorita tengo ganas de estar con alguien. Mañana leo aquel libro nutritivo, ahorita necesito ver televisión. Mañana me doy tiempo para estar solo, ahorita quiero ir al antro, al cúmulo desmedido de personas desesperadas por algo. Y es así como lo momentáneo le gana a lo duradero. Pongo como ejemplo lo que fue este viaje para mis amigos. Era aterrizar, adormecer lo más posible los sentidos con la cantidad de sustancias necesarias para ello, buscar cualquier tipo de compañía, no importaba nada, más que estar con alguien. No importa si esa otra persona que logramos conquistar es, en su tierra, una estafadora, si abandonó a  sus personas queridas, si es sucia, traicionera o  estúpida. Lo que importa es que podamos acompañarnos un momento. Hacernos sentir, momentáneamente, mejor  a través de la idea de atracción y triunfo. Después durmamos lo más posible. Comamos lo que más daño nos hace. Hablemos de laos deseos más estúpidos que hay en nosotros. Pasémosla bien, aunque mañana, al regresar, no solo no seamos un poco mejores, sino que hayamos dado un paso atrás en este camino llamado vida. Y desde luego que no estoy en contra de la diversión, ni de los viajes de relajamiento (incluso moral), pero creo que deben ser pequeños lapsos de permitida inconsciencia, y no al revés.

Así que aquí estoy, terminando uno de los viajes más importantes de mi vida, donde no quise resistirme a nada, pues todo eran palabras que la vida pronunciaba para mi y, como tal, no hay error. Llovía y estaba bien. Y era delicioso saberlo, porque sé que en cualquier otro punto de mi vida, la lluvia, en el océano me hubiera enfurecido, pues la expectativa que hay en nuestras cabecitas es que en estos lugares debe haber sol. Esta vez no fue así. Dejé que lloviera (como si antes pudiera evitarlo, no?), no lance ni una queja por eso, lo tomé como una clara señal que quería decirme: contempla la lluvia bajo un techo o siente las gotas. No había más. Así que aproveche esta para disminuir la agenda de actividades bajo el sol y en vez de eso, leer, escribir o simplemente tocar batería en mi cuarto. Y pensé: ¿será que para el cumplimiento de mi misión en la vida, el destino le cagó las vacaciones a cientos de personas que sin deberla ni temerla les empezó a llover en su tan anhelado viaje? Desde luego que no, Alejandro. No hay división. Tu no eres uno y los otros son otros. Lo que para ti significó una oportunidad para quedarte en tu cuarto escribiendo, para otro significó una tarde de lluvia en la cara, haciéndolo disfrutar como nunca antes había disfrutado. Y para otro fue un gran gran enojo con el cielo, al grado que lo hizo cuestionarse por qué la vida era tan injusta con él, como parte de su camino hacia descubrirse a si mismo. A otra familia le implico mayor convivencia, a uno más le causó una fuerte gripa que a algún lado, no sabemos aún cual, lo llevará, siempre para seguir en esa misión de vida. Todos estamos unidos, en un grado de perfección que no logramos entender. Sin error. Sí, sin error. Nunca, en la historia de la humanidad, ha habido un solo error de la vida. Ni el holocausto lo fue. No, tampoco la pobreza. Son cosas difíciles de ver, pero que forman parte de un plan mucho más grande que la vida como la conocemos. Lo que tenemos que hacer es dejar de juzgar lo de afuera para concentrarnos en lo de adentro.

Ese camino sin resistencias me llevó a Demián, de Herman Hesse. Lo releí de inicio a fin. Me costaba creer lo que ahí encontraba. Era una conversación clara y evidente con Dios. No me daba indicaciones, porque si algo he aprendido es que no le gusta eso. Uno va creciendo con la idea de que si acaso tenemos la suerte de que Dios nos hable, será por medio de una inspiradora indicación. Alex, ve a este lugar. Alex, haz esto. Alex, la respuesta es esta. Y a lo máximo que llegamos es a confundir nuestra gran gran conceptualización moral (la que nos han dictado desde el vientre) con una respuesta de Dios. Nombre, Jesús murió justo para salvar esa idea, para demostrarnos que aunque fuera contra su propia vida, contra su propio sufrimiento, haría hasta lo imposible por respetar nuestra libertad. Más bien lo que hace (o lo que siento que hace) es sembrarnos inquietudes, inspiraciones, consciencia. Y eso no es exclusivo de algunos dichosos. Esa está sembrada en todos nosotros. En TODOS. Lo único que tenemos que hacer es acudir a esa semilla. Y no, esa semilla no está en el Templo de Jerusalén, ni en la Mezquita de Arabia, tampoco en la Iglesia más cercana. Esa semilla está dentro de nosotros. Es lo que muchos han llamado “nuestra misión en la vida”. La llevamos con nosotros todo el tiempo. La callamos, la sofocamos, la ahogamos, pero nunca se muere. Ahí está, como una semilla inmortal que solo espera un poco de agua para florecer. Es distinta para cada quien, por eso no es una indicación general, por eso cuando vemos que alguien se realizó haciendo tal o cual cosa y queremos imitarlo, sentimos que no logramos nada, porque esa es, tal vez, su misión, pero no la nuestra. Todos tenemos una distinta, de hecho, Ninguna se parece, siquiera. No es tan difícil de creer, hombre. Si el Creador logró hacer tantos elementos faciales y corporales como para hacernos a todos físicamente distintos, con mucha mayor razón puede hacerlo con nuestros espíritus. Y esa es la lección eterna de Demián. No soy yo, Stuart, el que te da las respuestas. Eres tu mismo. No es tu mejor profesor, no es tu amigo, no es tu padre quien te debe decir qué hacer. Es tu alma. Pistorios era un gran sabio y nadie mejor que él conocía la historia de la fe, los caminos filosóficos hacia la verdad, las distintas teorías de la consciencia, pero todas ellas eran escritas por alguien más. El mundo no estaba concluido, estaba en construcción, en elaboración constante y ahí, ni las teorías, ni la historia sirven de nada. Es el ladrillo de cada quien, con formas distintas entre todos, lo que edifica el universo. Es como un gran juego de tetris. Unos son rectángulos, otros cuadrados, otros tienen bifurcaciones extrañas, unos más son largos, otros pequeños, pero todos son importantes para completar el gran rompecabezas. De nada serviría ser un perfecto cuadrado, listo para embonar en el vacío que había por su ausencia, si en el momento de acercarnos a ella, de pronto, nos resistiéramos a esa forma y buscáramos ahora más bien ser un largo rectángulo. Podríamos alargar lo más posible nuestras extremidades, pero no embonaríamos con el lugar que nos estaba esperando y terminaríamos sin ser cuadro, ni rectángulo y dejando nuestro hueco sin el pedazo que faltaba. Y esa búsqueda es una aventura. Una aventura permanente. Una aventura que nos lleva a la paz. No se llega nunca a un estado absoluto de respuesta (según yo… todo es según yo). Se llega a una forma de ver el camino. Y con eso basta. A esa forma no le importa su llueve, si hace calor, si estamos solos , si acompañados, si tenemos dinero o si no. Esa forma de ver el camino nos dice que en todo está presente nuestra esencia, que en todo estamos evolucionando rumbo al siguiente paso, que en todo estamos cumpliendo nuestra misión en la vida.



¿Y a dónde me lleva a mi este camino? ¿Cuál es mi misión en la vida? ¿Qué debo de hacer con las grandes incógnitas que hay en mi vida? No lo sé. En verdad no lo sé. Y no hubo respuestas definitivas, determinantes, en este viaje. Hay veces que siento una fuerte necesidad de salir a buscar a la mujer de mi vida (whatever that means), que debe andar por ahí. Que me da miedo no encontrarla. Hay otras en que estoy convencido que no debemos estar juntos. Hay veces que me decido a estar solo por un largo tiempo. Hay otras en que sueño con la idea de establecerme con alguien pronto. Hay veces que quiero dedicarle más tiempo a mi trabajo. Hay veces que quiero mandarlo a la mierda y hacer otras cosas. Y todas esas visiones encontradas pude observarlas en este viaje. Y conocerlas, saludarlas y no tenerles miedo. Todas forman parte de mi. Soy muy inquieto. Lo que tengo claro es que estoy (como en cada minuto de la vida estamos) en un momento determinante para el resto de mi vida. Y estoy convencido de que este momento debo enfrentarlo yo solo. No en soledad, porque me acompaño siempre de la gente que me rodea, pero sí yo solo. Sin miedo. Confiado. Sin huirle a nada, sin evitar, sin evadir. Esa es, probablemente la única conclusión de estos días. Quiero más viajes como este. Quiero más días extraños, en que nada tenía sentido. Quiero más encierros en un cuarto de 3x3, tocando batería y haciendo ruidos con el celular, sabiendo que eso no me conducía a nada más que a un poco de risa provocada por la pérdida total de sentido. Y sé que en algún punto podré seguir teniendo esta parte tan mía, tan libre, tan personal, aún estando acompañado de alguien. Pero mientras lo logro, sé que necesito estar solo. Conocerme mejor. Experimentarme. Perderme, encontrarme, resistirme, dejarme llevar. Necesito verme al espejo en el que nunca me he visto. Desnudarme, notarme esa cicatriz, esa deformación, ese lunar, esa perfecta imperfección. Quererme y disfrutarme, para después querer y disfrutar a alguien. Y se que eso solo lo lograré con fluidez, sí, pero  también con un poco de lucha. No lucha contra mi, no lucha contra las condiciones de la vida. Lucha contra el mundo, Si yo hoy no hubiera luchado, me hubiera quedado con mis amigos en el ruido. Si no hubiera luchado, no tendría momentos de soledad, de enfrentamiento. El mundo, por alguna extraña razón, no nos quiere libres. Así que con coraje, que esto es la vida.