Yo no empecé a leer por interés. No esperaba sacar nada a
cambio. No quería mejorar mi vocabulario, parecer interesante o decirme culto.
Más bien lo mío fue una casualidad. Un gran amigo me regaló (bueno, me lo
prestó, pero jamás se lo regresé y ya es imposible devolverlo porque no lo
encuentro) el libro “El Negociador” de Frederick Forsyth y lo abrí más por su
insistencia que por convicción. Él nunca supo que ese fue el primer libro que
leí gustoso, así que ya son dos confesiones fuertes para él: su libro fue un
parteaguas en mi affair con las letras… pero se me perdió.
Pues empecé con el mentado Negociador y me costó trabajo.
Digo que me costó trabajo porque no podía dejar de leerlo. Frecuentemente me
encontraba de madrugada diciendo: “Una página más y me duermo” por “N” veces.
La historia central es simple: El hijo del Presidente de EUA
es secuestrado. Para hacer todo el proceso de trato con los delincuentes,
interviene un señor llamado Quinn, un gran vato de esos que si te descuidas
tantito hasta a uno andan enamorando. Un hombre inteligente, cortés y con una
buena filosofía de vida. El libro conduce oportunamente. Es ágil para leer y
atrapa mientras fluye. No es la gran literatura, pero en aquel momento, fue el
mejor libro que pude leer.
Fue a partir de ahí cuando me di cuenta que la vida se podía
leer y los libros se podían vivir. Cuando verifiqué que a través de las letras
se puede ser contemporáneo de todos los hombres y ciudadano de todos los
países.
El gusto por escribir vino después. Aquí aclaro que no es lo
mismo gusto que talento, para que luego no digan que no advertí. No me gusta
cómo escribo, pero me he dado cuenta que lo disfruto mucho. Es como aquella
boda donde ves en el centro de la pista a un arítmico ser humano, bailando como
si estuviera poseído, sin ningún sentido musical, pero que se ve que lo está
gozando como nadie más. Ese soy yo. Un tronco para escribir, una pluma que se
desliza ridículamente, pero que sin ninguna pretensión, lo siente.
Soy de ese tipo de personas que no acaba por comprender las
cosas hasta que las pone por escrito. No se bien si cuando escribo creo o si
descubro. Es decir, no tengo claro si lo que surge, ya estaba ahí, escondido y
solo lo alumbré con una lámpara o si fue algo nuevo que vino desde la
inspiración. Y honestamente, me vale.
Algunos escritos los publico, otros no. Algunos están en mi Moleskine
(que es un cuadernito tejido, pero lo llamo por su nombre pa sonar más interesante),
otros en mi computadora… hay otros que, incluso, me dio tanto miedo que alguien
los leyera que hasta los eliminé por completo. No sé, me imaginaba que moría y
que alguien tomaba mis pertenencias y empezara a leer tanta tontera que hasta
podría asustarse. Tendría razón para hacerlo, pero no es nada, solo son cosas
que todos pensamos pero que normalmente no quedan plasmadas. En fin, mejor los
eliminé.
Empecé mi blog y poco a poco empecé a tener un número de
visitas interesante (nada del otro mundo, pues), pero me encontré con una
situación que no esperaba. La gente empezó a dejarme claro que, contrario a lo
que en todas partes se nos dice, sí tenían interés en la lectura. La bronca
radicaba, más bien, en que no encontraban su lectura adecuada. Había gente que
empezaba por leer el Quijote y a la semana ya lo tenían deteniendo alguna
puerta de su casa. Y yo haría lo mismo. Si leo la versión pura del Quijote,
como mi primer lectura, voy a querer asesinar a alguien con mi grueso libro. Y
amigos empezaron a preguntarme por libros para empezar a leer. ¿Qué me
recomiendas leer? Me decían. Y me parecía taaan complicado dar una respuesta.
“Te puedo decir lo que a mi me ha gustado, pero pues eso soy yo, no nos puede
gustar lo mismo a dos personas.” O algo así respondía. Pero la cuestión seguía
en el aire. ¿Cómo empezar a leer? ¿Cómo encontrar algo adecuado a mis
intereses? Tengo amigos que se enamoraron de la lectura cuando empezaron a
hojear “Dios es redondo” de Juan Villoro (un libro sobre futbol) y otros que lo
hicieron a través de Shakespeare y algún pequeño libreto de teatro. Y ninguno
de los dos está mal, la lectura es íntima, personal, voluntaria, libre.
Es por eso que hoy quiero empezar un ejercicio en este blog.
Me he dado cuenta que una de las mejores formas de disfrutar algo, es
compartiéndolo. Una nieve, un vino, una pizza o un café (perdón, solo tuve
ejemplos de comida), son más ricos cuando los vives con alguien. Así también un
libro. Y eso es lo que pretendo hacer con la dinámica que hoy comienza.
La idea es hacer sentir a otros lo que nosotros sentimos al
encontrarnos con alguna lectura. Esto puede provocar que esos otros se
interesen por leer el libro que comentamos, que con lo poco que les platicamos
de él, les generemos inquietud, expectativa y se animen a leerlo… y si no, ya en el peor de los casos, por lo menos les
daremos una idea clara de la trama de aquel libro por si un día necesitan un
recurso intelectualoide para conquistar a una morra (o vato, según sea el caso)
o para deslumbrar a algún profesor. En cualquiera de los dos casos, nuestro
escrito tendrá un impacto positivo y en algo estaremos ayudando a la felicidad
colectiva.
Empecemos, pues, con esta dinámica. Vamos a publicar en el
blog ensayos de libros que hayamos leído antes. Más que un resumen, es un
escrito que describa las emociones, pensamientos e impactos que un libro tuvo
en nosotros. Digamos que la idea es tratar de responder a la pregunta: ¿Cómo
vivimos la lectura de aquel libro? Hagámoslo en no más de cuartilla y media.
Estilo y formato libre. Sean ustedes, es la mejor forma de escribir.
Estaremos publicando sus ensayos en este blog los miércoles.
En Twitter usaremos #VivirUnLibro y difundiremos también en Facebook. La idea
es que ustedes nos ayuden con sus historias, con los libros que están leyendo
actualmente o los que ya leyeron. Si inspiramos a una sola persona a leer, le
habremos cambiado la vida a alguien… así, tal y como lo hicieron en algún
momento con nosotros.
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