lunes, 28 de enero de 2013

Leer la vida

Yo no empecé a leer por interés. No esperaba sacar nada a cambio. No quería mejorar mi vocabulario, parecer interesante o decirme culto. Más bien lo mío fue una casualidad. Un gran amigo me regaló (bueno, me lo prestó, pero jamás se lo regresé y ya es imposible devolverlo porque no lo encuentro) el libro “El Negociador” de Frederick Forsyth y lo abrí más por su insistencia que por convicción. Él nunca supo que ese fue el primer libro que leí gustoso, así que ya son dos confesiones fuertes para él: su libro fue un parteaguas en mi affair con las letras… pero se me perdió.

Pues empecé con el mentado Negociador y me costó trabajo. Digo que me costó trabajo porque no podía dejar de leerlo. Frecuentemente me encontraba de madrugada diciendo: “Una página más y me duermo” por “N” veces.

La historia central es simple: El hijo del Presidente de EUA es secuestrado. Para hacer todo el proceso de trato con los delincuentes, interviene un señor llamado Quinn, un gran vato de esos que si te descuidas tantito hasta a uno andan enamorando. Un hombre inteligente, cortés y con una buena filosofía de vida. El libro conduce oportunamente. Es ágil para leer y atrapa mientras fluye. No es la gran literatura, pero en aquel momento, fue el mejor libro que pude leer.

Fue a partir de ahí cuando me di cuenta que la vida se podía leer y los libros se podían vivir. Cuando verifiqué que a través de las letras se puede ser contemporáneo de todos los hombres y ciudadano de todos los países.

El gusto por escribir vino después. Aquí aclaro que no es lo mismo gusto que talento, para que luego no digan que no advertí. No me gusta cómo escribo, pero me he dado cuenta que lo disfruto mucho. Es como aquella boda donde ves en el centro de la pista a un arítmico ser humano, bailando como si estuviera poseído, sin ningún sentido musical, pero que se ve que lo está gozando como nadie más. Ese soy yo. Un tronco para escribir, una pluma que se desliza ridículamente, pero que sin ninguna pretensión, lo siente.

Soy de ese tipo de personas que no acaba por comprender las cosas hasta que las pone por escrito. No se bien si cuando escribo creo o si descubro. Es decir, no tengo claro si lo que surge, ya estaba ahí, escondido y solo lo alumbré con una lámpara o si fue algo nuevo que vino desde la inspiración. Y honestamente, me vale.

Algunos escritos los publico, otros no. Algunos están en mi Moleskine (que es un cuadernito tejido, pero lo llamo por su nombre pa sonar más interesante), otros en mi computadora… hay otros que, incluso, me dio tanto miedo que alguien los leyera que hasta los eliminé por completo. No sé, me imaginaba que moría y que alguien tomaba mis pertenencias y empezara a leer tanta tontera que hasta podría asustarse. Tendría razón para hacerlo, pero no es nada, solo son cosas que todos pensamos pero que normalmente no quedan plasmadas. En fin, mejor los eliminé.

Empecé mi blog y poco a poco empecé a tener un número de visitas interesante (nada del otro mundo, pues), pero me encontré con una situación que no esperaba. La gente empezó a dejarme claro que, contrario a lo que en todas partes se nos dice, sí tenían interés en la lectura. La bronca radicaba, más bien, en que no encontraban su lectura adecuada. Había gente que empezaba por leer el Quijote y a la semana ya lo tenían deteniendo alguna puerta de su casa. Y yo haría lo mismo. Si leo la versión pura del Quijote, como mi primer lectura, voy a querer asesinar a alguien con mi grueso libro. Y amigos empezaron a preguntarme por libros para empezar a leer. ¿Qué me recomiendas leer? Me decían. Y me parecía taaan complicado dar una respuesta. “Te puedo decir lo que a mi me ha gustado, pero pues eso soy yo, no nos puede gustar lo mismo a dos personas.” O algo así respondía. Pero la cuestión seguía en el aire. ¿Cómo empezar a leer? ¿Cómo encontrar algo adecuado a mis intereses? Tengo amigos que se enamoraron de la lectura cuando empezaron a hojear “Dios es redondo” de Juan Villoro (un libro sobre futbol) y otros que lo hicieron a través de Shakespeare y algún pequeño libreto de teatro. Y ninguno de los dos está mal, la lectura es íntima, personal, voluntaria, libre.

Es por eso que hoy quiero empezar un ejercicio en este blog. Me he dado cuenta que una de las mejores formas de disfrutar algo, es compartiéndolo. Una nieve, un vino, una pizza o un café (perdón, solo tuve ejemplos de comida), son más ricos cuando los vives con alguien. Así también un libro. Y eso es lo que pretendo hacer con la dinámica que hoy comienza.

La idea es hacer sentir a otros lo que nosotros sentimos al encontrarnos con alguna lectura. Esto puede provocar que esos otros se interesen por leer el libro que comentamos, que con lo poco que les platicamos de él, les generemos inquietud, expectativa y se animen a leerlo… y si no,  ya en el peor de los casos, por lo menos les daremos una idea clara de la trama de aquel libro por si un día necesitan un recurso intelectualoide para conquistar a una morra (o vato, según sea el caso) o para deslumbrar a algún profesor. En cualquiera de los dos casos, nuestro escrito tendrá un impacto positivo y en algo estaremos ayudando a la felicidad colectiva.

Empecemos, pues, con esta dinámica. Vamos a publicar en el blog ensayos de libros que hayamos leído antes. Más que un resumen, es un escrito que describa las emociones, pensamientos e impactos que un libro tuvo en nosotros. Digamos que la idea es tratar de responder a la pregunta: ¿Cómo vivimos la lectura de aquel libro? Hagámoslo en no más de cuartilla y media. Estilo y formato libre. Sean ustedes, es la mejor forma de escribir.


Estaremos publicando sus ensayos en este blog los miércoles. En Twitter usaremos #VivirUnLibro y difundiremos también en Facebook. La idea es que ustedes nos ayuden con sus historias, con los libros que están leyendo actualmente o los que ya leyeron. Si inspiramos a una sola persona a leer, le habremos cambiado la vida a alguien… así, tal y como lo hicieron en algún momento con nosotros.

miércoles, 16 de enero de 2013

Respirar

Nunca como hoy había sido tan consciente de mi respiración. Me sitúo en mis pulmones y percibo perfectamente todo el proceso de intercambio de aire que sucede en ese lugar. Ahí está la primer bocanada que entra, puedo verla, de un color verde,  puro y que como viento, se toca ligero. Llega la siguiente renovación y el aire que parecía perfecto, en segundos y sin darme cuenta, ya estaba convertido en un smog estilo centro de la ciudad a las 2:30 de la tarde. Me alivia ver que esa horrible nube gris, pesada ya se va de aquí y en su lugar entra una nueva corriente verde, pura y ligera. Espero que esta vez no se convierta en smog, pero espero estúpida y egoístamente. Rápidamente también sufre la polución.

Primero me resisto un poco, pero después empiezo a comprender que el hecho de que ese aire se contamine tiene una razón de ser. Podríamos decir que es un sacrificado, que absorbe las sustancias nocivas de nuestro sistema respiratorio y, cual chivo expiatorio, ofrece su vida a cambio de filtrar lo que circula por ahí. Es entonces cuando entiendo que, aunque parezca lo contrario, es más importante y valioso el aire oscuro y pesado, que aquel brillante y armonioso viento que entró al principio.

Estando ahí parado, dentro de mi pulmón, por más raro que suene, empiezo a sentir miedo.  Algo de lo que me siento orgulloso, es que en estos últimos días, he aprendido a enfrentar al miedo. No sé exactamente cuándo ni por qué, pero me doy cuenta del error que hemos cometido como humanos al negar nuestra propia condición y crear clichés que dicen que “no hay que tenerle miedo a nada”, que “el miedo está en nuestra mente” y que “está en nuestras manos derrumbar todos los miedos”.  Nada más falso. El miedo es uno de los sentimientos más reales y humanos que existen. El miedo expresa nuestra condición de frágiles, de débiles y por lo mismo nos obliga a lo mejor. Imagino un mundo sin miedo y lo único que veo es personas autosuficientes, viviendo sus vidas con definición, sin la necesidad de los demás, haciendo muchas cosas, pero amando poco… Lo imagino y de inmediato lo aborrezco. Así como aborrezco la idea de que tener miedo sea malo. Acepto y hasta quiero mis miedos. Bien tratados, sacan lo mejor de mi.

Y no, no es claustrofobia lo que siento(porque estar adentro de un pulmón debe causar claustrofobia, me imagino, pero no).  Es miedo. Es ese miedo que regularmente acompaña a mi constante tendencia a preguntarme el por qué de cada pinche cosa, es el miedo de no tener la respuesta o de darme cuenta que la respuesta en la que creí siempre, siempre estuvo mal. Y es que así fue. Creí sin dudar que un mundo lleno de armonía, pureza y claridad, llevaría a la plenitud. Creí que los aires verdes y limpios eran los que daban la felicidad. Hoy puedo decir con certeza que no es así. Es en lo gris, en lo oscuro, en lo confuso y pesado, donde se encuentra la plenitud. Simple y sencillamente porque en esos feos vientos se esconde una parte importante de la realidad, una parte que no podemos negar, ocultar y que ni siquiera quisiéramos eliminar. Es ahí donde están las desilusiones, los fracasos, las tristezas, los errores, las pérdidas, las dudas y todos aquellos sinsabores que le dan sentido a lo demás. Es ahí donde está el miedo… Ese hermoso miedo que nos mantiene más vivos que cuando pensamos que todo está bien.

Sigo observando el proceso de mi respiración y ese miedo empieza a tomar forma de tranquilidad. Me doy cuenta que incluso en la contaminación se es feliz. Entiendo que lo importante no es buscar siempre la pureza y perfección, sino más bien confiar en que se mudará… y mientras, disfrutar el glorioso espectáculo de sustitución de aires, donde el momento más bello no es cuando el aire limpio acaba de entrar, sino cuando se combinan los verdes con los grises, los puros con los sucios, formando un nuevo tono, más completo, más estético y más perfecto incluso que sus colores madre.