domingo, 23 de septiembre de 2012

Aires encontrados



Nunca como hoy había sido tan consciente de mi respiración. Me sitúo en mis pulmones y percibo perfectamente todo el proceso de intercambio de aire que sucede en ese lugar. Ahí está la primer bocanada que entra, puedo verla, de un color verde,  puro y que como viento, se toca ligero. Llega la siguiente renovación y el aire que parecía perfecto, en segundos y sin darme cuenta, ya estaba convertido en un smog estilo centro de la ciudad a las 2:30 de la tarde. Me alivia ver que esa horrible nube gris, pesada ya se va de aquí y en su lugar entra una nueva corriente verde, pura y ligera. Espero que esta vez no se convierta en smog, pero espero estúpida y egoístamente. Rápidamente también sufre la polución.

Primero me resisto un poco, pero después empiezo a comprender que el hecho de que ese aire se contamine tiene una razón de ser. Podríamos decir que es un sacrificado, que absorbe las sustancias nocivas de nuestro sistema respiratorio y, cual chivo expiatorio, ofrece su vida a cambio de filtrar lo que circula por ahí. Es entonces cuando entiendo que, aunque parezca lo contrario, es más importante y valioso el aire oscuro y pesado, que aquel brillante y armonioso viento que entró al principio.

Estando ahí parado, dentro de mi pulmón, por más raro que suene, empiezo a sentir miedo.  Algo de lo que me siento orgulloso, es que en estos últimos días, he aprendido a enfrentar al miedo. No sé exactamente cuándo ni por qué, pero me doy cuenta del error que hemos cometido como humanos al negar nuestra propia condición y crear clichés que dicen que “no hay que tenerle miedo a nada”, que “el miedo está en nuestra mente” y que “está en nuestras manos derrumbar todos los miedos”.  Nada más falso. El miedo es uno de los sentimientos más reales y humanos que existen. El miedo expresa nuestra condición de frágiles, de débiles y por lo mismo nos obliga a lo mejor. Imagino un mundo sin miedo y lo único que veo es personas autosuficientes, viviendo sus vidas con definición, sin la necesidad de los demás, haciendo muchas cosas, pero amando poco… Lo imagino y de inmediato lo aborrezco. Así como aborrezco la idea de que tener miedo sea malo. Acepto y hasta quiero mis miedos. Bien tratados, sacan lo mejor de mi.

Y no, no es claustrofobia lo que siento(porque estar adentro de un pulmón debe causar claustrofobia, me imagino, pero no).  Es miedo. Es ese miedo que regularmente acompaña a mi constante tendencia a preguntarme el por qué de cada pinche cosa, es el miedo de no tener la respuesta o de darme cuenta que la respuesta en la que creí siempre, siempre estuvo mal. Y es que así fue. Creí sin dudar que un mundo lleno de armonía, pureza y claridad, llevaría a la plenitud. Creí que los aires verdes y limpios eran los que daban la felicidad. Hoy puedo decir con certeza que no es así. Es en lo gris, en lo oscuro, en lo confuso y pesado, donde se encuentra la plenitud. Simple y sencillamente porque en esos feos vientos se esconde una parte importante de la realidad, una parte que no podemos negar, ocultar y que ni siquiera quisiéramos eliminar. Es ahí donde están las desilusiones, los fracasos, las tristezas, los errores, las pérdidas, las dudas y todos aquellos sinsabores que le dan sentido a lo demás. Es ahí donde está el miedo… Ese hermoso miedo que nos mantiene más vivos que cuando pensamos que todo está bien.

Sigo observando el proceso de mi respiración y ese miedo empieza a tomar forma de tranquilidad. Me doy cuenta que incluso en la contaminación se es feliz. Entiendo que lo importante no es buscar siempre la pureza y perfección, sino más bien confiar en que se mudará… y mientras, disfrutar el glorioso espectáculo de sustitución de aires, donde el momento más bello no es cuando el aire limpio acaba de entrar, sino cuando se combinan los verdes con los grises, los puros con los sucios, formando un nuevo tono, más completo, más estético y más perfecto incluso que sus colores madre.