Gracias Monsiváis.
A
veces, en medio del absurdo circo de la vida, dejamos de ver y de oír,
ignoramos y dejamos pasar, creamos una extraordinaria capacidad de tolerar y de
aceptar lo inaceptable, dejamos de pensar y de reflexionar llegando a la
terrible condición de la inmovilidad.
A veces, nos llegamos a convencer de que
cerrando los ojos dejaremos de ver y por consecuencia dejará de suceder todo; y
si no lo veo, no existe; y si no existe, no me importa; y si no me importa, no
me afecta. Así continúa la vida de los grises, de los más. De los muertos que
respiran pero no existen, que duermen pero no sueñan, que memorizan pero no
piensan, que repiten pero no reflexionan, que se mueven pero no actúan, que
sonríen pero no muerden.
Pero hay algunos que deciden seguir viendo, seguir
sintiendo; algunos que decidieron vivir con el aguijón clavado, con el veneno
en sus venas, con la realidad taladrando la cordura, con la estupidez
dislocando la razón, con la mentiras enquistada en la memoria, con la burla
quemándoles los ojos. Ellos, los menos, caminan con los ojos abiertos y los
oídos alertas, deambulan con la historia que conocen, que viven y que no
olvidan, que interpretan, que mastican y que luego escupen.
Monsiváis es uno
de ellos. Conoce el poder de la complejidad que es su aliada, la disfruta, la
estira, la dobla y después la mezcla con ideas que desde hace años caminan con
la historia de este país. Él no se conforma con las buenas ideas, no le basta
lo bien escrito, no le sacia lo aceptable. Monsiváis es insaciable, ve lo que
pocos ven y corta donde más duele; ahí, justo ahí, soberbio, construye sus
líneas o deja caer sus palabras, según sea el caso.
Monsiváis es la memoria
colectiva, las cosas que no se dicen, el alfiler escondido y filoso, el dolor
de cabeza, el que sobrevivió a los peores tiempos y ahora, más agudo, se
deleita con la estupidez humana para instaurar su crítica que reconstruye al
mundo.
Monsiváis es cómplice de su conocimiento y pensamiento, de las letras
y la palabra, del idioma y la cultura; juntos, tazan complejos crucigramas que
descifra todo aquel que decide respirar, todo aquel que quiere
despertar.
Monsiváis crea laberintos llenos de palabras que si escuchas, sólo
si escuchas, te transportaran en una aventura que irremediablemente te llevará
a ese lugar en el que vive la reflexión y la razón.