viernes, 16 de junio de 2017

Imaginario

Hoy fue un día muy extraño. Descubrí cómo se me manifiesta a mi eso que llaman depresión. Difícilmente me verán tirado en una cama, sin ganas de nada, con la cara mirando al suelo. Cuando algo me ahoga, mi reacción más común es hacer más. Cuando fue mi peor momento en una relación sentimental, me estaba cargando la chingada, pero no dejé de salir, de platicar con gente, de trabajar, de estudiar, de leer. Incluso comencé a hacerlo más que antes. Pero hoy me di cuenta que también me deprimo, aunque de forma distinta. Yo los llamo días lentos.

En mis días lentos, pienso como un maldito enfermo. Incluso pienso en por qué pienso lo que pienso, a varios niveles de profundidad. Escucho (se los juro que lo escucho) a los neurotransmisores de mi cabeza llevando y trayendo información. Son días que, invariablemente, hago 3 cosas: Divago; Termino tareas pendientes estúpidas (hoy fui a desponchar la llanta de refacción de mi coche, por ejemplo); y escribo.

Durante estos días cuestiono todo. Y como siempre que uno cuestiona todo, termino con una sensación profunda de desilusión.

Hoy voy a escribir sobre un cuestionamiento que ha rondado mi vida mucho tiempo y que siempre le he huido. ¿Qué es real? Me recuerdo de 8 años viéndome los brazos, tocándome la cara, escuchando mi voz y preguntándome ¿qué carajos soy? Me acuerdo que me daba mucho miedo cuando eso me pasaba. Iba con mis papás y trataba de contarles, pero no sabía explicarles lo que me invadía. A la fecha, no lo sé. Y como conmigo, me ronda esa rara sensación de mucho de lo que integra mi vida. Incluso recuerdo que alguna vez hasta me puse a pensar si mi perro era real. Lo veía y decía: “Este perro es demasiado chingón para ser real.”. No puede alguien llevarse tan bien con su perro. Debe ser la ilusión de un perro. O más allá, debe ser un pinche robot. Sí, algún robot diseñado para caer bien y espiar todos mis movimientos. Pero luego me di cuenta que no soy tan importante para eso y volví a abrazar a mi perro. Y como eso, me he preguntado si cada miembro de mi familia es real. Están tan perfectamente acomodados que me cuesta creerlo. La mejor madre, el mejor padre, el mejor hermano pequeño y la mejor hermana no pueden haberme tocado todos a mi.

Hoy me sucedió esa rara duda con Alan, mi mejor amigo. ¿Será real? Me preguntaba yo mismo. No será producto de mi imaginación, como esos amigos que se inventan los que deben ir al psiquiatra. Seguramente si me inventara un amigo imaginario sería como Alan. Crudo y sincero al extremo, pero esperanzador siempre. De esos que te pueden decir “eres un pendejo” pero que también te dicen: “pero no te preocupes, se te va a quitar.”. Bien podría ser un invento mío. No es un amigo normal. La mayoría de los momentos en los que convivimos estamos solos. Vive en el cuarto de al lado mío, comemos juntos algunas veces, de repente vamos por una cerveza, nos vamos de viaje sin importar si alguien más va… Yo no veo que eso pase mucho entre la gente que conozco. Hablar con Alan es como hablar conmigo mismo. Incluso me responde como yo me respondería. Es por eso que me asusta tanto en días como hoy, porque me entra la duda de si será real o no. Si es posible tener a un amigo como él. Me da miedo pensar que los de alrededor me escuchan cuando hablo de Alan y cuento pendejadas que hemos hecho juntos y me digan: “Claro, eso es muy de Alan.” Pero en cuanto me vaya digan: “Pobre, sigue pensando que ese tal Alan existe”.




Aún así, quiero pedir algo (si alguien llega a leer esto alguna vez, que lo dudo). Si Alan no existe, no me lo digan. Permítanme continuar con esta amistad que me hace ser mejor y mejor. Déjenme vivir la ilusión de sentir que tuve la fortuna de tener el mejor amigo que se puede tener. No maten a Alan, porque quizás si lo hacen, también me matarán a mi.