Qué cabrón es el Enter. Un botón con tanto poder. Escribes
unas dudosas líneas y no tienes que hacer el antiguo recorrido a la oficina de
correo postal, que te permitía de una u otra forma repensar varias veces lo que
estabas a punto de hacer. No es, ni siquiera, la espera de tres timbridos en la
línea de teléfono, para reconstruir el discurso. Es un sensible click que más
que Enter bien podría llamarse “Chingue a su madre”.