jueves, 8 de septiembre de 2016

Nuestro lugarcito en el mundo.

Nuestro lugarcito en el mundo.

Tal vez sea políticamente incorrecto emitir una opinión de un tema que divide en dos a la sociedad. Y digo que tal vez así lo sea porque he visto a pocos políticos pronunciarse en una coyuntura que importa. Políticos, algunos, que se asumen progresistas y libertarios (en lo cortito), pero en público siguen jugando al doble discurso. Quizás debiera hacer lo mismo, pensaba. Ser prudente y emitir un comentario de esos del manual del discurso perfecto, que no dijera nada, pero que descargara la culpa de no participar en un tema público. Pero no. El momento que vivimos, que estoy seguro está rompiendo con la historia, no nos pide corrección o prudencia, nos pide solidaridad extrema. Y la solidaridad verdadera, la única que conozco, más que con las creencias, es con las personas. Con todas las personas. Y esa solidaridad a veces necesita que señalemos lo insolidario, que lo denunciemos. Leía un post de Facebook con el que me identifiqué plenamente y que me recordó aquel texto de Elie Wiesel: “Debemos tomar posturas. La neutralidad favorece al opresor, nunca a la víctima. El silencio alienta al tormentador, nunca al tormentado. Algunas veces debemos interferir. Cuando vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad está en riesgo, las fronteras y las sensibilidades se hacen irrelevantes. Donde sea que hombres y mujeres estén siendo perseguidos por su raza, religión o formas de vivir, ese lugar, por ese momento, se convierte en el centro del universo.”. Y perdón, pero no puedo callarme cuando en mi centro del universo se están fomentando dolorosas agresiones contra familiares, amigos y seres humanos en general. Así que va mi incorrecta e imprudente opinión.
Empezaré por mis piensos desde una perspectiva religiosa y espiritual. Y empezaré por ahí porque es donde más me duele. Los organizadores de estos discursos han insistido hasta la médula de vincular la discriminación a homosexuales con un asunto de Dios, y perdón, pero ahí me siento intensamente aludido. Aludido porque soy un profundo creyente de Jesús. Considero sus enseñanzas como el centro de mi vida, pero sobre todo vivo en constante encuentro con Él, pues ahí es donde hallo sentido y paz. Lo he estudiado y lo más importante que he encontrado al hacerlo es que Jesús no quería que se le estudiara. Por eso nunca le habló a los sabios, por eso lo dijo sencillo. Quería que lo viviéramos, que nos encontráramos con Él, no que repitiéramos una y otra vez sus palabras. En ese afán y para evitar complicaciones, nos pidió que nos olvidáramos de todo lo demás y que nos amaramos. Que nos amaramos todos. Homosexuales, heterosexuales, mexicanos, gringos, negros, amarillos y pecadores, que todos nos amaramos sin diferencia. Y simplemente no me hace sentido ver que el discurso detrás de esta marcha utilice el nombre de Jesús para promover justo lo contrario a lo que él pidió. Estoy completamente seguro de que si esta polémica hubiera existido en tiempos de Jesús, hubiera invitado a homosexuales, lesbianas, a los segregados y señalados, a su casa, a la iglesia, los hubiera invitado, defendido y, sobre todo, amado con sinceridad y sin prejuicios.
Ahora, si lo vemos desde una perspectiva social, me vienen nuevas ideas. Supe que un familiar que aprecio mucho participaría en la marcha del año pasado en este mismo tema (y que me da mucho gusto saber que decidió no volver a participar en estas expresiones) y le preguntaba y a qué vas. Es una persona de gran corazón y sabía que me respondería desde el alma. “A defender la familia” me decía. ¿Y cual familia? Pregunté. Te refieres a la hermosa familia de casa de mi abuela, donde viven mi amorosa abue, mi tía, madre soltera (y la mejor madre que he conocido, la más entregada y mejor formadora) y mi primo, quien nació y creció sin la presencia de su padre y bajo el resguardo de este bello modelo de familia y hoy es uno de los adolescentes más centrados y felices que conozco. O vas a defender la familia de aquella amiga de la familia que vive con su novia y que tienen una relación más bonita y respetuosa que todas las que yo he tenido, al grado de que si algún día tengo hijos y yo falto, las elegiría a ellas para que me ayudaran a seguirlos amando cuando yo falte. O la de nuestros tantos tíos divorciados que luchan por sacar adelante a sus familias con mucho amor, o la de nuestros vecinos del barrio de niños, que se quedaron sin padres desde pequeños pero que eso no les impidió formar una de las familias más unidas que he visto. ¿Por cual? ¿Por cual de todas ellas vas a marchar? Porque ninguna de ellas cabe en el modelo que esta marcha propone. Y cada que levantes esa pancarta, debes recordar que le estás haciendo la vida más difícil a todos y todas ellas. Cada que lances un grito en la marcha estás contribuyendo a que otro niño en la escuela se burle de mi primo por no tener a quien llevar al día del padre. Cada que des un paso contra otros modelos de familia, tienes que tener en mente que estás diciéndole a nuestro primo homosexual que, sin saber por qué y sin haber hecho daño alguno, debe cargar con una especie de culpa social por ser malo. Y sí, la familia es lo más importante de la sociedad. No tengo puta idea de que sería de mi vida sin mis padres y hermanos. Pero la forma en que nosotros nos organizamos es decisión nuestra y decidamos lo que decidamos no está bien o mal. Nuestros vecinos se pueden organizar distinto y eso no los hace más o menos familia. Aquella postal de familia perfecta de guapos y güeros padre y madre y 5 blancos chilpayates no refleja la realidad. Incluso ellos tienen sus historias y rarezas, solo que esas no aparecen en la fotografía. Si en verdad queremos defender la familia deberíamos empezar por promover que ninguna está bien, ninguna está mal, pues las familias, como las personas, son únicas y todas valiosas.
Y también quiero decir que no me gusta que los críticos de la marcha califiquen a todos de ignorantes o culeros. Mucha gente va confundida, escandalizada por falsas campañas e imposiciones. Y para no caer en lo mismo debemos evitar generalizaciones. Ni todos los sacerdotes son pederastas, ni todos los católicos ignorantes, ni todos los que estamos contra esta marcha somos inteligentes. La idea básica para salir un poco más unidos es entender que no somos buenos ni malos, solo somos personas tratando de luchar por ser lo mejor posible que podemos ser.
Así que no, no puedo apoyar esta marcha. Estoy completamente en contra de ella. Conozco a algunos que probablemente asistirán y se que en su corazón hay muchas mejores motivaciones que estas. Confrontaré sus ideas siempre que sea necesario porque estoy convencido que, para otros sin criterio, son semillas que germinan en odio y discriminación y yo no me puedo quedar viendo esto. Por un mundo en donde quepamos todos. Por uno en donde todas las familias puedan ser respetadas y, sin importar su configuración, encuentren su pacífico y amoroso lugarcito en el planeta, que esta marcha y todas las expresiones discriminatorias terminen lo más pronto posible.