miércoles, 23 de marzo de 2016

Lo que me falta

No me siento bien. Admitirlo no es sencillo, pues implica un fracaso, un retroceso. Hace 2 meses podía asegurar con toda determinación que me encontraba bastante bien. Tranquilo, con paz, sin resistencias. No estaba, tal vez, eufórico, ni ardiendo, pero experimentaba calma. Hoy no es así. ¿Qué pasó? ¿En dónde perdí el camino?

Como siempre, mi aproximación a las respuestas, pasará primero por la negación de algunas hipótesis. No, no es la soledad. Sigue entusiasmándome la idea de estar solo. Me gusta pensar, por ejemplo, que Alan sale de viaje y que tendré mi casa solo para mi. Sigo añorando ese café en mi propia compañía y ese momento en que no hay nadie más. Extrañamente, aunque la idea de la soledad me siga gustando, en los hechos, le he huido. Busco con ansiedad la egotista conquista, el confuso ruido, el morbo del celular. Y si me queda tiempo, estoy conmigo. Por supuesto que nunca queda tiempo. Y en esta ocasión, a diferencia de otras, se me ha ido completamente de control. En lo permanente, quiero dejarlo, pero cuando es tiempo de decir, en lo inmediato, termino siempre eligiéndolo. Y lo hago, me acompaño de personas que no me interesan, de ruido que no necesito y de situaciones que no me pertenecen. Y después me arrepiento, me resisto… demasiado tarde, solo se convierte en dolor. Parece difícil hacer frente a esto que me pasa, aparentemente ya es, incluso una costumbre. Y lo digo con hechos reales, justo ahora, mientras escribo, tomé mi celular sin un sentido definido, solo por la tradición de hacerlo cada cierto tiempo. Así que debo intervenir. O más bien, debo pedir ayuda. Lo único, a diferencia de mis conflictos anteriores, es que hoy tengo claro que esto es porque debía ser. Sé que aunque no comprendo a perfección qué es lo que pasa, esto tiene una clara razón de ser. Busca llevarme a un mejor lugar. Intenta hacerme subir un escalón. Pero siento también que me he quedado en la transición. Que no he cortado de tajo con lo que me está deteniendo a dar el siguiente paso. Que aunque sé qué es lo que quiero, termino haciendo cosas que ni quiero, pero que en mi debilidad, pienso que quiero. Hoy debe ser, realmente, un día de corte. Se hace urgente pasar nuevamente a la calma. Y esa calma no llegará sin dos elementos esenciales: confianza y presencia. Necesito confianza plena en el Padre. Necesito volverme a creer elegido, preferido, consentido de la vida. Dejar de sentir miedo por ser algo que en el fondo nunca seré. Confiar en la vida, sus caminos y azares, es la mejor (y la única) forma en que podré salir de esto. Y presencia. Requiero presencia. Dejar de estar ausente, con los ojos puestos en el celular, en el retrovisor o los binoculares. Necesito, más que nunca, procurar la atenta presencia. Hay veces que fluye, otras que necesitas buscarlo. Hoy requiero luchar por mi presencia. Acercarme a lo que me acerca a mi mismo. Meditación, yoga, caminatas, convivencia con la naturaleza. Y requiero, por supuesto, dejar otras. Celular, ansiedad sexual o cualquier actividad que me quite la paz. Hay momentos de disfrutar, otros de vivir intensamente y estos, de buscar, a como de lugar, la paz. Mis valoraciones deben ser distintas. Hoy debo privilegiar todo aquello que me de paz. Pláticas nutritivas, personas entrañables, lugares inspiradores. Necesito luchar con todas mis fuerzas por no perderme en este camino. Me siento contaminado, en contingencia ambiental y en momentos como este, se deben cambiar los hábitos, dejar el coche en casa y tomar medidas extremistas de purificación del aire. Ya habrá otros momentos de soltura, hoy necesito estar muy atento, antes de que sea demasiado tarde.

Ya no sé si algo me falta o me falta todo. No sé si estoy incompleto o si estoy completamente vacío. Pesa menos, claro. Una mochila sin carga es fácil de llevar, pero no sirve de nada. Y eso siento, una intensa levedad, que bien pudiera pensarse como ligereza al caminar o como podredumbre al respirar. Y como siempre, vuelvo al triángulo del equilibrio para evidenciar que más que una figura geométrica perfecta, soy un punto. Un punto que necesita jalarse a la izquierda, a la derecha y hacia arriba para volver a estar de pie.