miércoles, 5 de junio de 2013

La mejor forma de poblar la soledad.


Dos aplausos al aire, un golpe a la mesa. Dos aplausos al aire, un golpe a la mesa. Repetición constante de este acto y se confirma: se está haciendo música.

Hay un bebé en el cuarto. Tiene apenas 6 meses, pero su reacción refleja una madurez que muchos ya quisiéramos. Cuando escucha la segunda ronda de aplausos y golpes a la mesa, deja todo lo que estaba haciendo (digo, no estaba haciendo mucho, solo dejó el llavero de plástico con el que estaba jugando) y abre los ojos un poco más, en señal de que desde ese momento toda la atención estaría en el lugar origen donde se producen aquellos sonidos. -Dos aplausos al aire, un golpe a la mesa- sigue sucediendo y el bebé no tarda en empezar a mover su cuerpo al ritmo de las percusiones. Sonríe mientras se mueve y aunque la combinación de golpes agudos y graves no tiene una nota musical avanzada, sabemos que al bebé le gusta. Nadie le ha dicho al pequeño que cuando escuche ese tipo de sonidos deba moverse. Lo interesante es que como una reacción natural, como llorar, como abrir y cerrar sus puños cientos de veces al día, como exigir alimento y buscar los ojos de su madre desde donde se encuentre, el reciente ciudadano baila cuando escucha música.

La música siempre ha sido un pilar en mi vida. No al nivel de lo eterno (eso está monopolizado por mi amigo Dios), pero sí de lo trascendente. Sin embargo, el concepto de música que tengo es algo distinto al común. Yo creo que música es cualquier cosa que te mueva (interior o exteriormente). Luego entonces, un poema, un discurso, un libro o hasta una mirada pueden ser música. También los dos aplausos y el golpe a la mesa lo es. Con este contexto, comprenderán entonces lo importante que es cada persona que hace música en mi vida (tanto los que me rodean, como los que jamás conoceré en persona).


Cuando pienso en el arte de lo musica, siempre me viene a la mente lo difícil que debe ser hacer una canción. Hay que combinar armoniosamente el sonido que produce la tensión de algunas cuerdas, el eco que deja el paso vibrante del viento por un cilindro con entrada y salida y el estruendo de cada golpe material sobre algún instrumento. Y todo esto, enmarcado por alguna letra bien enritmada. Pareciera un proceso complicado de creación. Si quisiéramos estudiar científicamente la forma de hacer una canción, probablemente nos daríamos cuenta que puede llegar a ser un sistema tan perfectamente organizado como el complejo mecánico que hace funcionar a un avión o los algoritmos necesarios para programar a un robot. En pocas y vulgares palabras, hacer una canción está muy cabrón. Y lo digo porque lo he intentado. Una vez, un amigo y yo (él con su guitarra, yo con mi lápiz), tratamos de construir una pieza musical. El resultado fue algo verdaderamente asqueroso. No volvimos a tratar y el tema no se volvió a tocar.

Es por eso que creo que la creación musical es un don que Dios le dio a ciertas personas. Pienso incluso, que esas personas fueron enviadas por Él para cumplir una misión importante. Voy a hablar, para ejemplificar mi teoría, de uno de estos “elegidos”. Aclaro que no es mi músico favorito y lo he escuchado poco, pero me parece un buen testimonio de lo que un músico es. Me voy a referir a Facundo Cabral, quien tuvo su último concierto en la Ciudad de Guatemala el martes 5 de julio de 2011 en el Expocenter del Grand Tikal Futura Hotel, a las veinte horas, donde concluyó su presentación con una frase que me confirma que él tenía cierto vínculo especial con El Patrón: “Ya le di las gracias a ustedes por esta vida; ahora que sea lo que Dios quiera, porque Él siempre sabe lo que hace”. Dijo esta frase, interpretó  su última canción (“No soy de aquí, ni soy de allá”) y el telón se cerró. Es fácil de deducir que él ya sabía que unas horas después, a las 5:20 am, camino al Aeropuerto de la Ciudad de Guatemala, tres vehículos le cerrarían el paso al suyo para posteriormente cerrarle el paso también a su circulación sanguínea. Varios disparos, un herido y Facundo Cabral muerto. El objetivo central del ataque era el “empresario” (si es que se le puede llamar así a los que obtienen dinero del sufrimiento) Henry Fariñas, quien tenía nexos con “La Familia Michoacana” y una pandilla llamada “Los Charros” que tenía negocios por más de mil millones de dólares. Aclaro esto, porque cuando escuché la noticia del asesinato, me parecía increíble que alguien quisiera muerto al místico, pacífico y luchador social, Facundo Cabral. Entender que el ataque iba dirigido a alguien más, me hizo comprender que no fue coincidencia, sino que era tiempo de que ahora Facundo regresara a la casa del Padre a llenar de música y poesía aquel lugar.

Lo primero que escuché de él, hace tiempo ya, fue: “Me gusta la gente simple”. Cuando leí el título no me pareció una canción atractiva, pero cuando dice: “Me gusta la gente simple, aunque yo soy complicado” me di cuenta que ya no había vuelta atrás, me había ganado. “La que al vino le llama vino, la que al pan le llama pan y enemigo al enemigo” siguió musicándome y conforme avanzaba la canción, me sorprendía de cómo alguien podía resumir en 3 minutos lo que me ha llevado una vida inferir. Supe entonces, que este vato (como muchos otros) había sido inflitrado en este mundo para quitarnos las vendas de los ojos, los tapones de los oídos y las razones de los sentimientos… En resumen, para hacernos una vida más fácil.

Este escrito es solo un confuso intento por agradecerle a la música el acompañamiento que ha ofrecido a nuestras vidas. Buenos, malos, hombres, mujeres, ricos, pobres, africanos, americanos, ingenieros, doctores, viejos de 75 años, niños de 6 meses… Podemos tener todas las diferencias posibles. No nos conocemos y tal vez nunca lo haremos, pero puedo asegurarte que tu, yo y todos los que han pisado este mundo, alguna vez han sentido ese movimiento instintivo e inexplicable al escuchar una canción. Eso, eso se llama música. Eso, eso es un regalo de Dios. Eso es lo que nos asegura que nunca hemos estado solos. Esa es la mejor forma que yo encontrado para poblar la soledad.