domingo, 26 de junio de 2011

Soy un stranger...

Me siento extraño. Involuntaria, inconsciente y estúpidamente extraño.
Pero no vaya yo a confundir términos. No me siento de ese extraño como cuando te tomas tu primer cerveza (o tus primeras 10, oops) y no sabes por qué de repente te encuentras cagándote de risa, cual mocosa jugando a los almohadazos en una pijamada de alguna telenovela de las 7 de la tarde por el Canal de las Estrellas, y piensas hacia ti: Me siento extraño… No, es distinto.
Más bien es de ese extraño del que tu mamá algún día de tu niñez te ordenó determinantemente no acercarte, hablarle o aceptar algún dulce de él, e incluso había comerciales que te sugerían que si se te acercaba uno de esos, te fueras corriendo y se lo contaras a quien más confianza le tengas. Sí, de ese extraño me siento.
Extraño en mi casa, extraño con mi gente y por más ilógico que parezca, extraño conmigo.
Volteo hacia dentro y veo un elevador (aunque la imagen es flexible. Bien pudiera ser un asiento para dos en la ruta 51, un pupitre compartido en el primer día de clases o cualquier sala de espera) donde dos personas tienen que estar en el mismo lugar, pero lo único que tienen en común es la razón por la que están ahí y la incomodidad que produce estar tan cerca de alguien de quien no sabes nada y probablemente ni te interese saber.
Eso ocurre. Hay dos personas en mi. Y no es que alguno represente al mal y el otro al bien que hay en Alex, solo son dos completos extraños habitándome sin saber qué carajos hace la otra persona ahí. Y como yo no me identifico con ninguno de los dos (de hecho, siendo honestos, los dos me caen mal) pues eso provoca que el sentirme extraño conmigo mismo tenga explicación (que no lógica, insisto).
¿Se podrá eso de que algo tenga explicación, más no lógica? Yo creo que sí. Basta con ver el comportamiento social de los humanos. Cuando ves  dos personas golpearse hasta que uno de los dos pierda la consciencia, pueden haber muchas explicaciones. Quizás sea por odio, quizás por celos, quizás hasta por “deporte”. Lo cierto es que no es lógico hacerse daño unos a otros por “explicaciones tan inferiores”. Y aunque ahora que leo lo que escribí, suena discurso de candidata a Miss Universo pidiendo paz mundial, lo creo en verdad.
Quisiera terminar mi escrito ahora mismo, pero me doy cuenta que solo habla de confusión… Aclarada y más organizada que antes de escribir, pero confusión finalmente. Y como dentro de todos nosotros (gracias a Hollywood, Televisa y Disney) hay un sed insaciable de que todo termine en finales felices, pues seguiré hasta ver cómo hago que esos dos cabrones que están dentro, se dejen de cosas y se empiecen a conocer y aceptar de una vez por todas.
Este es el primer paso. Escribirlo. Lo he dicho antes y lo repito ahora: Siempre que escribo, termino sintiendo que todo está un poco mejor, aún cuando la situación esté exactamente igual, o incluso peor porque después de emplear tiempo en redactarlo, tengo menos tiempo para resolver lo que me inquieta del que tenía antes de empezar a escribir… Un tipo de costo de oportunidad bastante confuso.
Mientras tanto, este café, este parque y este cuaderno son, en términos de utilidad (yo y mi anhelo de economista), lo más conveniente que he hecho desde que me siento así.
Y es así como paso a la siguiente etapa. En la que siempre desembocan mis divagues. Al estar escribiendo, miro al cielo (si se le puede llamar así al conjunto de nubes que no me dejan ver más para allá) y lanzo un suspiro desesperado por la falta de certezas que reinan en este momento y de pronto siento su respuesta… Sí, la respuesta de Dios. Él siempre responde. A veces su respuesta convoca a la paciencia (A.K.A. no estés jodiendo, ya se resolverá). Otras veces, como ahorita, su respuesta es inmediata y certera: “No es que haya dos personas. Eres tú, el mismo de siempre. El que vive cuestionándose. Te desconoces porque te alejaste de ti.” Me dice sin titubear (pues claro wey, cómo va a titubear, si es Dios). Yo no tengo nada que decir, solo asiento con la cabeza. “Tenías miedo de tener tiempo a solas. Estar solo es parte de tu esencia. Negarte esa oportunidad te hace sentir extraño en tu propio hábitat.”. Trato de justificarme diciéndole que no tenía tiempo, pero inmediatamente me interrumpe con una oración letal: “El tiempo es un invento del hombre. Tu eres creación mía… ¿Cuál es más importante?”. Fin de la conversación.


Alex Hermosillo